Psicología espiritual islámica
PROLOGO
¿Qué entendemos por alma? Resulta ineludible a todo ser humano la experiencia de nuestro interior como algo distinto a lo que nos rodea. En la tradición sagrada a esto se denomina alma, y por más que muchas veces la ciencia actual se niegue a llamarla así, cambiando su denominación por la de mente, ego, psiquis, personalidad o cerebro, la percepción interior de nosotros mismos es una experiencia innegable y única, que no se asemeja a ninguna otra, y que todos parecemos captar del mismo modo. Además, parecen haber ciertas leyes propias del alma que valen para todos los seres humanos, leyes que se muestran a nosotros en el pensamiento, los sentimientos y las emociones.
Podríamos definir al alma como el escenario donde transcurre nuestra vida psíquica, donde se nos presenta todo lo que nos pasa y lo que percibimos, todo lo cual está en permanente movimiento. Sin embargo, el escenario mismo, el alma, a menudo pasa desapercibido para nosotros, no lo atendemos, nos olvidamos de él. Actuamos, pensamos y sentimos espontáneamente, sin detenernos en aquello que permite que suceda todo eso. Sólo cuando hacemos esto último nos damos cuenta de nuestra propia alma en sí misma, porque ella puede volverse sobre sí y contemplarse, como no lo puede hacer nada de lo que existe en el mundo. Y cuando nos volvemos sobre nosotros, quizás podamos meditar sobre el alma misma, o como dice el Sagrado Corán: ¿Acaso es que no meditan en sus propias almas [sobre sí mismos]? (30:8)
Podemos entender, entonces, que hay un conocimiento del alma, distinto al conocimiento de las cosas externas: En primer lugar, porque gracias al alma es por lo que conocemos todas las cosas; por lo tanto, su conocimiento debería anteceder a todos los demás, así como ella los abarca. En segundo lugar, porque el alma se puede conocer a sí misma aparte de las cosa que conoce, y por ello tiene interior o intimidad, siendo ella el espejo de sí misma.
El punto de vista que abordaremos en el conocimiento del alma es el de una visión sagrada, pues la interioridad e intimidad son, según sostenemos nosotros, sagradas. Creemos que el conocimiento de sí, tal como lo han planteado las tradiciones reveladas, la filosofía clásica, y los modos de vida de los pueblos primitivos, es al mismo tiempo una captación de lo Divino, porque a Dios sólo se Le conoce en nosotros mismos. Y aún cuando no lo intentemos, toda captación interior nos conduce ineludiblemente hacia Dios, porque en última instancia El es la verdadera justificación del alma. Nuestro punto de vista se funda en que el alma es el lugar donde se manifiestan los Atributos divinos.
Pero además su conocimiento, en la medida que lo logremos, nos conduce a la felicidad, porque no existe goce mayor que el conocimiento de sí mismo. Aún más, creemos que el fin de nuestra existencia es sólo conocernos a nosotros mismos, o lo que es igual, a Dios en nosotros (o más propiamente, a nosotros en Dios). Y creemos que esto es lo que justifica todos los goces de este mundo, pues de no lograrlo nada tendría verdadero significado para nosotros, y por lo tanto nada nos reportaría verdadera felicidad.
No nos interesaremos aquí por el enfoque de la psicología materialista actual, que se limita al estudio de las patologías, del comportamiento y las relaciones ordinarias de las personas, sin reconocer al alma ninguna trascendencia aparte de las cosas del mundo. Más aún, existen, como sabemos, corrientes psicológicas que han intentado hasta hoy negar y desmentir todo atisbo de vínculo del alma con lo trascendente, con lo que va más allá de la materia, forjando teorías que otorgan a lo físico, o a lo instintivamente primario, y quizás a lo más tendencioso del ser, un nivel determinante de la persona humana.
Pero para comprender nuestro punto de vista es necesario despojarse antes que nada del prejuicio de que la ciencia materialista es la autoridad máxima y definitiva en el conocimiento del alma. Por el contrario, ésta ha sido estudiada y conocida íntimamente desde siempre por la ciencia sagrada. Cuando nosotros hablamos de psicología espiritual no estamos inventando algo nuevo, sino sólo reiterando el más antiguo enfoque sobre el alma, y para nosotros el único verdaderamente propio de ella. Y además, sólo nos interesará la psicología espiritual islámica, por constituir la mejor conocida por nosotros, y creemos que la más universal y completa.
Características generales
Alma, materia y espíritu
La segunda fuente esencial de la psicología espiritual es distinguir entre alma y espíritu. El alma representa al ego, pero también al espíritu, siendo el primero su aspecto inferior, y el espíritu su aspecto superior. Cuando el alma se espiritualiza superando al ego ella es espíritu puro, y ya no se puede diferenciar de este último. Su aspecto inferior se vincula exclusivamente con el cuerpo, y está al servicio de este, sin aspirar a nada por encima de él; mientras que lo superior aparece cuando el alma adquiere independencia respecto del cuerpo (y al decir cuerpo nos referimos al mundo en su integridad, a la materia), identificándose así con el espíritu. En realidad, el alma es un intermediario entre esos dos ámbitos, pero necesariamente alguno de ellos debe predominar.
¿Qué es el espíritu, entonces? En las tradiciones sagradas está simbolizado como el Soplo divino, el cual en su conjunción con el cuerpo o materia produce el alma. Pero cuando se mantiene independiente en sí mismo se llamará espíritu, distinción que todos nosotros comprendemos con facilidad. Por lo tanto, al decir espíritu no nos referimos a determinada condición que se obtiene exclusivamente en el más allá, como tampoco al decir alma indicamos algo que pertenece sólo a este mundo, sino más bien que en ambos casos mencionamos a cierta potencia permanente en el hombre, y que como una fuente vincula ambos planos, el del mundo y el del más allá.
El significado del hombre está en descubrir su espíritu, y tanto como trate de asumirlo en su plenitud, en la misma medida se humaniza. El alma es en definitiva, una conjunción entre el espíritu y su carnalidad. Pero lo que hace que realmente el hombre sea hombre es el espíritu, que para nosotros equivale al Sea o Soplo divino, siendo ambos, en definitiva, lo mismo.[1] La experiencia nos dice que no es posible tocar una idea, o palpar un sentimiento, pues tales cosas constituyen hechos del espíritu. Por lo tanto, aquello que llamamos espíritu es tan real como tener una idea, percibir un sentimiento, o experimentar una intuición. Respecto de las distinciones entre alma, espíritu y materia, nos referimos a ello con más amplitud en la parte siguiente.
El rol de los sueños
Una tercera fuente de la psicología espiritual es el significado de los sueños veraces, como los que nos anticipan sucesos por venir, y que nos sorprenden cuando acaecen luego los mismos hechos. Esto puede sucederle a cualquier ser humano sin que sea un Profeta, y no hay en tal caso ninguna razón que lo explique. Pero no sólo ello, sino que los sueños veraces constituyen signos para nuestra vida espiritual, señales de los estados profundos del alma, indicios sobre el conocimiento de la Realidad, siendo además curativos de todo lo que oprime al alma.
LA REALIDAD DEL ALMA
El origen intemporal e inmaterial del alma
Es necesario destacar que el conocimiento del alma debe primar por encima de todos los otros conocimientos, como ya se ha explicado, y para ello precisamos, antes que nada, conocer las condiciones de existencia del alma misma, su realidad tal como ella se nos presenta en la vida. Existen tres condiciones del alma: Su intemporalidad, su inmaterialidad, y sus estados en permanente cambio, hasta que alcance el sosiego.
La evidencia de que el alma es intemporal se basa en que no hay en el pasado ninguna causa natural o material preexistente que explique el origen de la vida psíquica. Ciertas características del alma, como la voluntad y la inteligencia, no están presentes en la naturaleza, al menos tal como las conocemos en el hombre[2], que nos permita explicar el origen del alma.
Segundo, otra prueba de la intemporalidad del alma es que la propia percepción del tiempo varía según el estado en que ella se encuentre y las experiencias que tenga. Una hora pude ser un siglo o un segundo, según las circunstancias. Esto indica que sus experiencias son en gran parte independientes del tiempo, que ella no está sometida al paso matemático de los momentos, como también esto se manifiesta en el sueño, y en ciertos estados excepcionales de conciencia.
Tercero, otra prueba sobre su intemporalidad es que existen fenómenos ya muy probados, que aprovechan indebidamente algunos aprendices de taumaturgos, pero que no constituyen novedad alguna en la historia del hombre, como la precognición, el mensaje de los sueños, etc., respecto de todos los cuales la concepción ordinaria que tenemos del tiempo pasa a segundo plano.
Por todo lo expuesto, y sin necesidad de adentrarnos en mayores detalles, el alma es para nosotros algo intemporal.
En cuanto a la inmaterialidad del alma, si bien últimamente se ha medido cierta condición energética vinculada a ella, el asunto es mucho más sutil aún, y su vida y su movimiento interior no resultan medibles con los medios que se aplican a la materia. ¿Cómo podríamos, por ejemplo, aplicar al alma la divisibilidad (que constituye una de las propiedades de la materia) cuando ella se nos presenta como una unidad inescindible, excepto en ciertos estados patológicos bien determinados? ¿Cómo podemos aplicarle la ley de inercia, otra ley fundamental de la materia, cuando la voluntad hace que el hombre pueda autodeterminarse por encima de cualquier «impulso» externo?
Por lo tanto, es evidente, con más claridad aún que en el caso del tiempo, que el alma está más allá del plano espacio-temporal que define a las cuerpos físicos.
El sueño, el mundo imaginal y el más allá
Los sueños, especialmente algunos de ellos, son un ejemplo claro de que la vida del alma precede al mundo externo y a los sentidos físicos. En el sueño la persona está desconectada del mundo, en un estado de aislamiento respecto de su percepción sensitiva ordinaria, y sin embargo percibe y siente, a veces con más realidad que durante la vigilia. ¿A qué se debe esto?, ¿qué es lo que hace que el alma pueda trascender el mundo espacio-temporal?
En la sabiduría islámica se atribuye dicha facultad a la imaginación, y lo que ésta percibe se llama mundo imaginal. La imaginación es como una pantalla en la que se proyecta todo lo que percibimos, porque todo ello, en realidad, lo conformamos dentro de nosotros de una determinada manera. Una abeja seguramente no ve lo mismo que una persona, y aún las personas todas no ven o conciben la realidad del mismo modo. Cuando los sentidos dejan de aportar señales externas, como sucede en el sueño, la imaginación puede percibir por sí misma las realidades espirituales del mundo imaginal. Dijo el Profeta (BPDyC): El sueño veraz es la cuadragésima sexta parte de la Revelación divina, y dijo también: La profecía pertenece al pasado [siendo él el último de los Profetas (BPDyC)], y sólo subsisten los portadores de buenas noticias [o sea los sueños veraces] que un hombre ve [o le muestran] mientras duerme. Estas tradiciones indican que existe una realidad superior a la que captan los sentidos físicos, y que dicha realidad es tan importante para nosotros como la sensible, aunque sin duda lo es aún más.
Por otra parte, debemos distinguir entre imaginación y fantasía, siendo ésta última deformante de la imaginación, como un ojo que distorsiona la realidad. La fantasía depende del mundo y de los sentidos, mientras que la imaginación se eleva al mundo de las formas puras, como se llama en la sabiduría islámica al mundo imaginal. La imaginación se dirige siempre hacia el futuro para nutrirse de él, la fantasía hacia el pasado.
Debido a un mal uso del lenguaje, se tiende a pensar que la imaginación constituye algo irreal, pero no es así de acuerdo a nuestra doctrina. Lo que sucede es que los grados de imaginación varían según las personas, según su desarrollo espiritual. Esto podemos asimilarlo a la agudeza visual, es decir cuanto mayor sea la potencia de la visión, mayor será lo que se perciba.[3] También en el sueño veraz captamos formas que no pertenecen al mundo de los sentidos, aunque son más reales que éste.
Finalmente, la imaginación activa o productiva es el órgano por excelencia para experimentar el más allá después de la muerte. En dicha dimensión perdurará la facultad imaginal luego del cese de los sentidos físicos, en forma similar a lo que sucede en el sueño, y es por eso que el Sagrado Corán menciona al sueño como ejemplo de la muerte.[4]
Pero recalquemos que el hecho de hablar del mundo imaginal no significa referirse a algo irreal, sino por el contrario a un mundo más real que el de los sentidos físicos. Incluso, el de los sentidos depende del imaginal, pues todas las formas sensibles que percibimos preexisten ya en este último. Por eso dijo el Profeta (BPDyC) en una conocida súplica: ¡Señor!, ¡muéstrame la Realidad tal cual es!, es decir más allá de la ilusión de los sentidos.
Tres condiciones, y tres estados del alma
Podemos distinguir tres condiciones del alma: En primer término, la de aislamiento, en el cual ella se desprende de los sentidos y desarrolla una actividad autónoma, tal como sucede en el sueño y otros estados. En segundo lugar, la de conciencia habitual, cuando el individuo desarrolla durante la vigilia su actividad psíquica, actuando dentro de cierto automatismo. Esta condición constituye en realidad un grado disminuido de la conciencia. Por último, la condición de plenitud del alma, por el cual ella llega al conocimiento de sí, a un estado de armonía consigo misma y con lo que la rodea, a la paz y el sosiego, y a una comprensión unitiva de la realidad.
De todas estas tres condiciones tenemos experiencia propia, y aun, aunque sea una vez en la vida, de la de plenitud. Porque como enseña el Sagrado Corán, Dios ofrece al hombre ejemplos de todas las cosas, y le muestra Sus Signos para que medite y se persuada.
Además de las tres condiciones mencionadas, existen tres estados del alma. Las condiciones son como, por ejemplo, que de una persona se pueda decir alta, o delgada, u obesa. En cambio, los estados son las distintas experiencias del alma, tanto buenas como negativas, no importa que la persona sea alta o baja, etc. Al final del presente punto aludimos a los vínculos que guardan entre sí ambas cosas.
En cuanto a los tres estados, el Sagrado Corán los menciona, cada cual superior al otro. El más bajo es el estado del alma que ordena el mal, el ego (al-nafs al-ammaratu bis-su'), el alma concupiscente, apegada al mundo, que sólo piensa en su propia preservación y perpetuación. Es en fin, aquella que permite que el mal tenga poder sobre el hombre, a través del mal pensamiento y la sugestión maligna, como dice el Sagrado Corán: Di: "Me refugio en el Señor de los humanos, Soberano de los humanos, Divinidad de los humanos, del mal del susurrador degradante [Satanás] que insinúa en el pecho de los humanos" (114:1-5). Y a este aspecto del alma o ego se refirió el Profeta (BPDyC) en una tradición: "El peor enemigo es el que tienes entre tus dos costados".
El segundo estado del alma, más elevado que el anterior, es la conciencia de culpa (al-nafs al-lauuamah), aquella que nos hace arrepentirnos de las bajezas. En realidad no hay vida espiritual posible sin el arrepentimiento de las propias faltas y maldades, lo cual constituye un llamado divino que experimenta el hombre para enderezarse y comenzar a verse tal cual es, sin autoengaños. Dijo el Profeta (BPDyC): "El creyente cuando cae en una pequeña falta siente como si una montaña se le viniera encima, mientras que el impío cuando cae en una falta como una montaña siente como si tuviera una mosca en la nariz a la que espanta con su mano". Y dijo: "El que se crea benigno es un maligno, y el que se crea maligno es un benigno".
Por eso afirmamos que el creyente tiene conciencia de la Realidad, mientras que el impío vive en la ilusión. Y esa conciencia de la Realidad comienza con la valoración de la importancia de los propios actos, tanto sean buenos como malos. Como contrapartida, es necesario aclarar que el pecado y la culpa son condiciones relativas de este mundo, que debemos ir superando como un escollo puesto allí para la propia purificación y la superación, igual que las vallas en el camino de un atleta.
Para el Islam entonces la culpa no constituye una condena eterna e indeleble, pues Allah quiere nuestra felicidad en este mundo y en el otro, y no nuestra tortura y sufrimiento. Por el contrario, la cultura occidental ha sido formada durante siglos en la psicología del pecado original y la culpa metafísica, que agobió al hombre de tal manera que reaccionó en forma contraria, al punto de que hoy en día se encuentra en el extremo opuesto, en una postura de menosprecio de la conciencia de culpa, y de autocompasión o aceptación de sus tendencias psíquicas nocivas.
Por último, el estado más elevado del alma es llamado en el Islam el alma pacificada o asegurada (al-nafs al-mutma'ínna), que se identifica con el retorno al espíritu y al intelecto puro, como dice el Sagrado Corán: ¡Tú alma pacificada! ¡Retorna a tu Señor complaciente y complacida, e introdúcete entre Mis siervos y penetra en mi Jardín! (89:27-30). El alma es entonces el lugar donde se manifiestan los Atributos Divinos, o el Ojo de Allah, en un sentido metafórico profundo.
Así pues el camino espiritual parte de reconocer la propia imperfección, porque en realidad el que se auto percibe perfecto está perdido antes de haber empezado a marchar. En una ocasión algunos compañeros del Profeta (BPDyC) le preguntaron sobre qué hacer con las maldades y oscuridades interiores que ellos encontraban en sus almas, y el Profeta (BPDyC) a su vez les replicó: "¿Acaso habéis encontrado eso [en vosotros]?", y agregó: "Este es el principio de la fe", es decir el auto reconocimiento del mal en uno mismo.
El vínculo que existe entre los tres condiciones del alma y sus tres estados, es que en las condiciones de aislamiento y de conciencia habitual pueden presentarse indiferentemente los dos estados primeros mencionados, el de malignidad y el de culpa, mientras que la tercera condición, la de plenitud del alma, se asimila exclusivamente con el tercer estado, el del alma pacificada o realizada.
Simbolismo del Sagrado Corán
Materia y espíritu
Para incursionar en la psicología espiritual islámica debemos partir de los símbolos mismos del Sagrado Corán, que no utiliza el lenguaje de ninguna ciencia en particular, porque concierne a muchas ciencias, pero desde un punto de vista universal, sin ajustarse rigurosamente a ninguna terminología de tipo psicológico, científico ni filosófico, sino volcando su terminología propia y sus símbolos a la comprensión de la Realidad.
En tal sentido estos símbolos nos transmiten un tipo de conocimiento, algo de lo cual también se encuentra en otras tradiciones. Así debemos interpretar que cuando Dios "sopla el espíritu" en la materia, indica la superioridad del primero sobre la segunda, pues aquél precede metafísicamente a ésta. La materia es condición de que un ser se concrete en este plano espacio-temporal, pero el espíritu antecede metafísicamente a la materia, con independencia de que exista o no en el mundo. Podemos decir así que el espíritu sería como la idea divina de cada ser individual, tal y cual ese ser se concretará en un plano como el nuestro, por ejemplo. Tal es lo que simboliza el Soplo divino, que precede intemporalmente a la materia, y gracias al cual ésta logra una cierta identidad. Por sí misma la materia no podría alcanzar ninguna identidad, porque ella no presenta ninguna característica particular que se lo permita. Es el espíritu el que le otorga dicha identidad particular, y no al revés como consideran algunos.
La materia es una posibilidad neutra, mientras que el espíritu es realmente lo esencial del hombre. La peculiaridad, la singularidad, la identidad humana es obra del espíritu, y el hombre la manifiesta a través de todo su ser, incluso de su cuerpo, el cual adopta la forma propia del espíritu de cada cual. Por ejemplo, puede haber hermanos gemelos y ser idénticos entre sí para personas que no los frecuenten, pero sin embargo, a pesar de su similitud física, ellos pueden ser completamente distintos en el orden espiritual, psíquica y anímicamente, porque cada cual manifiesta una identidad metafísica distinta.
El hombre y su forma metafísica
Las formas metafísicas (en el sentido etimológico del término, es decir "más allá de la materia o de lo físico"), o sutiles, son para el Islam algo concreto no meras abstracciones. El sueño, por ejemplo, es algo concreto, real, no un estado nulo o patológico, y aún más real que lo que consideramos corrientemente como mundo de la conciencia de vigilia, es decir cuando estamos despiertos. Por lo general esta conciencia de vigilia es un amasijo de estímulos entre los cuales el hombre muchas veces pierde su identidad. Mientras que cuando se libera de esa aparente conciencia que adquiere en la vigilia, de esa racionalidad formal, alcanza la verdadera realidad que lo constituye, de acuerdo a lo que tal persona sea en el mundo metafísico.
En una palabra, nuestra concepción en el Islam profundo es que existe un mundo de la Manifestación, en el cual se dan todos los seres, pero no en un sentido meramente potencial, sino que los seres son más reales en el mundo de la Manifestación, que en el plano de la concreción espacio-temporal.
En segundo término, los seres allí no constituyen géneros, es decir formas universales, como origen de los entes particulares, o bien que como la idea general de estos últimos, sino que allí los seres son individuales, como en nuestro plano. No es como si Adán, por ejemplo, fuera un ser universal que contiene en sí a cada uno de nosotros, sino de que cada uno de nosotros tiene allí su forma particular, propia, tal como uno se percibe individual en este mundo. De lo contrario, ¿de dónde sacaría cada ente particular su especificidad de este mundo, en tanto que la materia no se la puede otorgar, porque como ya lo vimos ella es neutra? [5]
Así pues, el que llamamos mundo de la Manifestación es el Conocimiento divino, y en éste están todas las posibilidades y todos los seres, inclusive con la particularidad de cada uno. Cada uno de nosotros posee una forma metafísica, de la cual su forma material o de este plano no es más que una expresión transitoria. Y dicha forma metafísica es el origen y el lugar de retorno de nuestro ser. Nuestra existencia es como un ciclo o círculo, entre esa forma metafísica, original, principal, y el retorno a ella misma.
La Voluntad divina absoluta instituyó arbitrariamente la prueba, este plano espacio-temporal, sin necesidad que Le apremiara, ni obligación alguna que Le obligara.[6] Por otra parte, en nuestro plano, aún cuando se trate de algo transitorio, temporal o contingente, nosotros podemos alcanzar hasta cierto punto nuestra forma metafísica original. Y cuando se produce este hecho, decimos que hemos logrado los grados o moradas espirituales. Cuanto más nos acercamos a nuestra forma metafísica, más lograremos eso.
Espiritualidad del alma
En el cristianismo, a partir de sus comienzos, y en gran parte de la edad media, influyó cierta mentalidad de tipo maniqueo, que distinguía entre Dios y el diablo, el mundo y el más allá, el valle de lágrimas y el Paraíso. Esto propició el hecho de que el alma fuera considerada en dos aspectos extremadamente contrarios, como asimismo la vida en este mundo, como una contradicción entre el espíritu y la materia. Ello es producto de no haberse considerado más seriamente el concepto de apariencia, el cual es esencial para la metafísica islámica.
No existe equivalencia alguna entre lo material y lo espiritual, lo mundano y lo metafísico, y cuando se los considera en una forma dicotómica, se los pone en pie de igualdad y como contrarios. Así se reduce lo espiritual a lo terreno, y se lo degrada. Esto sucede por ignorar lo que hemos llamado apariencia.
La apariencia es la aparición de la Realidad en un grado decrecido. De allí que no haya ninguna discontinuidad entre el mundo metafísico y este plano. Tal es un punto de vista superior, que no otorga a este plano la consistencia que ingenuamente creemos que tiene, aunque él no deja por ello de ser un modo de lo espiritual mismo. Especialmente en la espiritualidad profunda del Islam, decimos que lo espiritual puro no presenta ninguna contradicción respecto de la materia, porque esta última realmente no existe, y aun desde el punto de vista científico se ha demostrado que es pura vanidad. No es posible definir qué es la materia, en cambio el espíritu posee una entidad que permite que nos podamos referir a él con propiedad en todo momento. Porque lo que se llama materia, no es más que la apariencia de la Realidad, un grado de realidad decrecido.
Para nosotros la vida psíquica en su sentido más elevado es una expresión propia del espíritu, y de ninguna manera está determinada por la materia. Esta última solamente constituye un medio de expresar aquella vida espiritual, e inclusive la persona suele captar la realidad a pesar de la materia, pues ésta resulta incapaz de servir acabadamente como instrumento del espíritu, como nos sucede a veces al querer expresar una idea y no encontrar las palabras suficientes. Por ejemplo, cuando tenemos una idea acerca de Dios, no es posible ejemplificarla a través de nada material, dado que toda la materialidad del mundo es incapaz de demostrar, o justificar, la Realidad divina. Asimismo, cuando tenemos un sentimiento profundo, éste a veces contradice con toda evidencia al mundo, como lo hace frecuentemente el sentimiento del amor. Si alguien calculara materialmente su conveniencia de amar, o dejar de hacerlo, quizás no amaría nunca. Otro caso similar es el de un padre que es capaz de realizar cualquier proeza para salvar la vida de su hijo, o sino el de un filántropo (amante de la humanidad), que podría lanzarse a un acto sumamente riesgoso en favor de otra persona, contradiciendo abiertamente la materialidad del mundo. En todos estos casos es el espíritu el que se impone sobre la materia, porque esta última no es, y el espíritu es. Y aun cuando estos ejemplos sirven para comprender la importancia del espíritu y su trascendencia, en realidad caen en cierta ambigüedad pues intuimos que no es posible parangonar materia y espíritu, como no es posible calcular materialmente la conveniencia de amar, ni la de no arriesgar la propia vida para salvar la ajena, etc.
De allí que sea un gran error poner en el mismo plano lo material y lo espiritual para compararlos entre sí, mencionándolos en forma dicotómica, como dos polos contrarios pero coexistentes. La falla de esta concepción es que no considera, como ya dijimos, la idea de la apariencia, como un grado de realidad menor a la Realidad suprema, es decir a la Realidad divina. Por ejemplo, el hombre tiene un grado de realidad decrecido en comparación con aquella Realidad, siendo ella la plenitud suma, absoluta, de todo tipo de Atributos y Posibilidades que nosotros podamos pergeñar. El hombre, en cambio, no alcanza ese grado. En tal sentido, también la materia tiene cierto grado de ser inferior, lógicamente, al grado del hombre, y sin duda muy apartado de la Realidad divina. De allí que el ser humano domine la materia, pero no le sea posible dominar lo que es superior a su realidad, a seres más sutiles y capaces que él. De este modo, utiliza su cuerpo, su ser material, para lograr objetivos espirituales, pero contrariamente a ello la piedra, o el animal, no pueden proponerse objetivos espirituales. Cuanto más material sea la cosa, menos elevados son sus fines, porque no manifiesta voluntad libre como el hombre, voluntad que es uno de los Atributos de Dios.
La realización espiritual, objetivo máximo que puede proponerse el hombre, está abierta completamente para todos los hombres, todos pueden alcanzarla. Tal es el centro o la esencia de la condición humana, llegar a la perfección espiritual.
En definitiva, la identidad particular de cada uno de nosotros no está dada por la materia, sino por el espíritu, desde el mundo metafísico mismo, antes de ser criaturas en este mundo. Todos somos individuos particulares aún en el mundo de la Manifestación, en el Conocimiento divino, donde se presenta la pura Posibilidad. Allí tenemos una identidad, lo cual es muy importante para la metafísica islámica. En definitiva, el individuo existe aún sin necesidad de tener una forma material en este mundo.
APORTES AL ESCLARECIMIENTO DE LA PSICOLOGÍA ACTUAL
La enfermedad mental en el Islam
La enfermedad, tanto en el orden corporal como en el psíquico, se produce cuando existe cierta interferencia, por decir así, o influencia de un elemento que desestabiliza el normal funcionamiento del cuerpo, o bien de la mente. Entonces, también en el orden psíquico algún elemento extraño puede perturbar el alma o la mente, y como ésta no constituye más que imaginación, ideas, recuerdos, memoria, en todo esto se presenta tanto la enfermedad como la curación. Cualquier enfermedad que afecte la mente, pero que no pueda confundirse con una falencia ética, se debe a que la persona ha sido perturbada por un influjo extraño, ya que de lo contrario el alma por sí misma se mantiene siempre sana, incólume, como sucede con el cuerpo. Dicho influjo puede deberse a una causa interna, o bien externa, pero en todo caso se vincula estrechamente con el medio social, el modo de vida personal, la cultura de la persona, su religión, y el desarrollo de su espiritualidad.
La demencia en los pueblos musulmanes constituye un porcentaje bastante bajo. Hasta el día de hoy, las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirman esto, como asimismo el bajo número de mogólico entre musulmanes. Esto seguramente se debe al tipo de vida, a la educación espiritual, a la alimentación, etc. Uno de los factores importantísimos al respecto es la prohibición religiosa del alcohol, y además, que sea muy bajo el número de los afectados por las enfermedades venéreas, debido a la mayor regularidad de la vida sexual, que no se consuman carnes como la de cerdo, que incide negativamente sobre la salud en general, etc.
Pero sobre todo la salud mental de los pueblos musulmanes se debe a su doctrina, la que los imbuye de determinadas ideas sobre la realidad, como por ejemplo que hay un Señor al que obedecer, y de Quien dependen todas las cosas, que a El retornamos para el arrepentimiento, el consejo y el consuelo, que la vida actual es sólo un estadio transitorio y exiguo de nuestra vida total, y que aquello que perdemos en este mundo, sea material o espiritual, personas o bienes, nos será restituido mucho más y mejor en el más allá. Que el pecado no nos somete sino que es una prueba, es decir, una de las condiciones por las cuales debemos pasar, etc. El hecho de que el Sagrado Corán nos aconseje, enseñe y consuele, nos transmita ideas para la salud psíquica o del espíritu, hace que los musulmanes estemos muy preservados contra la demencia.
Hay en occidente formas de locuras que no existieron nunca en el Islam, ni existirán mientras éste perdure. Por ejemplo, el hecho de que una persona contraiga una sicopatología religiosa, pues en nuestra época se combate tanto lo espiritual que como reacción algunos creen ser dios o profeta.
Por otro lado, la idolatría es una causa grave de enfermedad psíquica. El hecho de devocionar a imágenes, aunque se diga que no es a la imagen que se devociona sino al significado, es una de las más efectivas causas de psicopatías. Enferma a la persona el hecho de ponerse bajo el imperio de algo que es de menor significado a sí mismo, y una imagen o escultura es algo material fabricado por el mismo hombre, y que tiene un significado muy inferior al espíritu humano. Si el ser humano deseara tener una mediación, un intermediario con su Señor, no lo debería encontrar en otra cosa que en su espíritu, o en aquellos a quienes Dios eligió para ser Sus mediadores, por ser superiores al resto, como los Profetas (P), no las estatuas y los fetiches.
El corazón, el ser del hombre, son el lugar de la manifestación de los Atributos divinos. Por eso, cuando sitúa en algo exterior a sí su vínculo con su Señor, enajena ese vínculo, lo hace externo a su corazón, y así se enferma psíquicamente. Esto se debe a que no se reconoce a sí mismo, y un problema fundamental de la enfermedad psíquica es la falta de reconocimiento de sí, la alteración de la identidad, causa también de enfermedad moral.
La Divinidad es lo Superior, lo Amable e Imitable, Superior en cuanto que está más allá de las posibilidades de todo ser humano, Amable en cuanto que es en Sí Mismo lo que debería ser anhelado, y a lo cual uno se debería unir íntimamente, e Imitable porque resulta el paradigma o el ejemplo de la mejor forma de ser. Por otra parte, lo Divino tiene imperio, poder, señorío, debido a su categoría de Superior. Pero cuando alguien concibe un elemento material, propio de la imaginería humana, como divino, rebaja a lo Divino verdadero a la condición de una cosa del mundo, y lógicamente cae bajo el imperio de esta, como si fuera lo Divino mismo.
El idólatra, bajo cualquiera de las numerosas formas de la idolatría, considera divino a un objeto externo cualquiera. Pero ese ídolo es una cosa inferior a sí mismo, ni siquiera es un ser vivo, o una persona, aunque se trate de la imagen de una persona. Por lo cual, cae entonces en la ignorancia de la propia identidad, que lo conduce hacia la enfermedad psíquica y moral, pues reconoce como Señor a algo inferior y fuera de sí mismo.
El idólatra puede situar al dinero como arquetipo de su vida, señor que lo manda y al que obedece, pues constituye su centro, anhelo y devoción. O puede adorar a una afición, o a una pasión, o adorar a una ciencia, a un arte, o a otra persona (incluso a los Profetas -P- y a los justos) como Señor. Pero todo ello, en diferentes grados, constituye degradaciones idolátricas, que para peor configuran la existencia humana, y otorgan cierta falsa identidad a las personas. Cuando uno se identifica con algo, adquiere esa identidad.
El hombre es el califa de Allah, como dice el Sagrado Corán, es decir portador de Sus Atributos, y cuando enajena a Su Señor fuera de sí deja de reconocerse, y se enajena él mismo. Por eso en el Islam se dice quien a sí mismo se conoce, conoce a su Señor, lo cual puede expresarse también a la inversa, quien conoce a su Señor, se conoce a sí mismo, o de este modo quien desconoce a su Señor, se desconoce a sí mismo.
En conclusión, la identidad del hombre es conocer a su Señor, a su Dios, lo Superior, Amable e Imitable. Sólo cuando el ser humano tiene un arquetipo así, recién entra en el verdadero equilibrio psíquico o emocional, en la limpieza espiritual, en la estabilidad, en la armonía. Por otra parte, existen muchas personas que parecen psíquicamente sanas, estando en realidad enfermas.
Lamentablemente, no todas las personas tienen una mente abierta que les permita distinguir entre la verdad y el error, y les evite caer en la degradación. La mayoría es guiada por su ignorancia, por su incompetencia para discriminar entre lo que debería seguir para encontrarse consigo mismo, y lo falso. Mucha gente sólo sigue su ilusión, dice el Sagrado Corán, como los que ingresan en una secta, y se ponen bajo la autoridad de un gurú de cualquier especie, alguien a quien consideran fantástico, o extraterrestre, como sucede actualmente, o creen en los de negro, extraterrestres que según ellos vigilan la tierra, o en el horóscopo común, o en el chino, etc. Existe en la fauna humana toda especie de locuras. En realidad, es una suerte para la persona tener un espíritu abierto, esclarecido, y no dejarse engañar.
Islam y psicoanálisis
Existen varios aspectos del psicoanálisis que son incompatibles con el Islam. En primer lugar, la concepción misma del hombre, al que el psicoanálisis le niega toda trascendencia metafísica. Es decir, el hombre es concebido como un ser que se encuentra constituido por su cuerpo y su psiquis o mente, no existiendo nada trascendente que lo vincule a ningún más allá.
En segundo término, el tratamiento que Freud hace de los sueños, que según creemos los degrada a una visión totalmente subalterna, meramente psíquica, siendo que para nosotros el sueño constituye algo eminentemente sagrado, y que el sueño veraz es parte de la revelación divina, y presenta relevantes símbolos espirituales. Al respecto existe toda una ciencia muy antigua en el Islam sobre la interpretación de los sueños, y en la misma tradición de la Biblia hay muchas evidencias sobre la interpretación sagrada de aquellos, como por ejemplo en lo que se refiere a los Profetas José, Daniel, Ezequiel, y el Apocalipsis. El Islam retoma y enriquece mucho la tradición anterior sobre los sueños. En la vida del Profeta (BPDyC) existieron numerosos signos que le fueron otorgados a través del sueño, inclusive, como ya dijimos, se afirma que él recibía de esa forma ciertas revelaciones, antes de que se le apareciera el Ángel de la Revelación (Gabriel, el Espíritu Santo), y le encargara la misión profética. Lógicamente, debemos pensar que esas revelaciones anteriores a su misión fueron de carácter personal, no públicas como las que contiene el Sagrado Corán.
En tercer lugar, el psicoanálisis resulta incompatible con el Islam por su valoración del sexo. El Islam era acusado en el medioevo y hasta el siglo pasado, y quizás durante parte de este siglo, de ser lascivo, libertino, inmoral, por valorar el sexo en su justa medida, y hablar del matrimonio inclusive en el más allá, o de goces de tipo sensual en ese nivel. Esto se debe a que el Islam considera al sexo como una parte muy importante de la existencia del hombre, y esencial del mundo de la prueba, nuestro plano espacio-temporal. Y considera que la sexualidad humana tiene un significado sagrado, que no es simplemente una función animal o pro creativa, sino que tiene un sentido de orden metafísico muy profundo, que no es del caso detallar en este lugar.
En cuarto lugar, otra discrepancia entre psicoanálisis y el Islam se refiere a la doctrina que sostuvo Freud sobre el inconsciente, siendo dicha doctrina y su interpretación de los sueños la base teórica fundamental del psicoanálisis. La teoría del inconsciente (que para nosotros no pasa de ser una mera hipótesis) no es aceptable para el Islam, en lo que implique el predominio de lo irracional sobre lo racional. Desde un punto de vista meramente lógico, si es que existe un inconsciente, en tanto sea no-conciente nos es totalmente desconocido, y no podemos, por lo tanto, decir nada de él. El psicoanálisis habla de él como de una memoria paralela, a la que la vida conciente no registra, pero que ella emerge en determinados puntos de esa vida, marcando la conducta. Para nosotros esto no es así, sino que se trata de una errónea interpretación de la memoria, hasta hoy bastante desconocida en sí misma. Inclusive, otras corrientes de la psicología, como la psicología cognitiva y la psicología de la inteligencia de Piaget, han realizado la crítica sobre lo insuficiente que resulta la idea freudiana de la memoria o de la inteligencia. Así, el del Islam no es un punto de vista insólito respecto del psicoanálisis, sino que puede ser fundamentado dentro mismo de la ciencia psicológica.
Para ir terminando, un quinto punto de crítica al psicoanálisis es que los que se atienen a él lo adoptan como ideología, es decir como concepción global de todas las cosas, interpretadas desde un punto de vista muy estrecho, según creemos, demasiado parcial de la realidad, lo cual es rechazable.
Otra de las críticas al psicoanálisis, y es la sexta, es respecto del poder discrecional que adquiere el terapeuta sobre su paciente, y el uso que puede hacer de ese poder, aparte del beneficio lucrativo que le reporta, el comercio al que somete, a veces durante años, a su infortunado cliente, cuando no el abuso que se practica del honor y la persona del mismo.
Por otra parte, cabe recordar la polémica que existe entre los psicoanalistas y otros psicólogos y psiquiatras sobre los fármacos, en el sentido de que los psicoanalistas prefieren reducirlos al mínimo, e incluso, los que no están habilitados para recetar fármacos, rechazan su uso. Sin embargo, en el caso de la esquizofrenia, que para el psicoanálisis es, en última instancia, un problema de conducta, se ha puesto en evidencia la efectividad de los fármacos, que esa enfermedad tiene un componente químico importante, digamos así, y no de conducta exclusivamente. Uno de los mayores logros de la medicina del siglo 20 es haber elaborado tales fármacos contra la esquizofrenia y otras enfermedades mentales.
En el libro "La falacia de Freíd" el Dr. L. Morris realiza una crítica bastante fundada del psicoanálisis, y sobre todo, cita los testimonios de los que fueron durante décadas grandes psicoanalistas, como el Dr. Friedman, y luego se les evidenció su error, y realizaron una revisión muy interesante del asunto.
Islam e ideología
La autenticidad de una teoría, religión, filosofía, etc., no depende solamente de la verdad objetiva que ella presenta, sino de la adhesión a ese pensamiento por parte de las personas. Hay, por una parte, lo verdadero para uno, aquello de lo que está persuadido, y a través de lo cual comprende la realidad; y por otra parte está la verdad objetiva, indiscutible, que debería ser admitida por cualquiera.
Ambas cosas parecen no coincidir normalmente, pues el individuo a veces sostiene ideas que no están fundadas del todo, pero a las que se aferra con fanatismo por representar a su raza, o posición social, o religión de sus padres, o una conveniencia circunstancial. A este individuo no le interesa la verdad incontrovertible, que aunque se evidencie ante él, e inclusive llegue a admitirla racionalmente, no necesariamente la sostendrá, pues no adhiere a ella interiormente, emocionalmente.
Por último, está la incomprensión de la verdad por la deformación cultural que adolecen muchas personas, las cuales se aferran a sus errores y no los cambiarían nunca, aunque se les evidencie el fracaso de lo que piensan. Estos no alcanzan a comprender la verdad objetiva, por más que se les explique de mil modos, pues es como si tuvieran velos por delante de sus ojos, producto de una educación y cultura erróneas.
Por lo tanto, no se trata de que simplemente exista la verdad objetiva, sino que ella sea admitida por las personas. Es necesario, por ello, que a la verdad no se la considere sólo objetivamente sino también subjetivamente, pues no es admitida por los individuos sólo de manera racional y objetiva, sino también emocionalmente. Esto último sucede en todas las materias humanas, incluso en la vida diaria. Si alguien debe decidir en una elección por quién votará, no solamente se definirá por el hecho de que esa persona sea honrada, veraz, etc., sino que también lo deciden sus propias inclinaciones, es decir si él desea o no la democracia, la dictadura, el comunismo, el fascismo, el racismo, etc. Entonces, estamos siempre decidiendo no exclusivamente sobre la verdad verificada, sino también en base a nuestras inclinaciones.
Para el Islam es fundamental el esclarecimiento interior del individuo, que él sepa realmente qué es lo que quiere, para después decidirse qué teoría cree verdadera. Porque en la medida que la persona se esclarezca, al mismo tiempo va descubriendo lo verdadero. Para nosotros la verdad está contenida en el hombre, pero él la debe descubrir. Por eso no es un asunto objetivo externo simplemente, sino algo que uno hace consigo mismo, en la medida que se esclarece. Como dijo el Profeta (BPDyC): Todo nonato nace en la fitrah (la esencia racional pura, la evidencia de la verdad), son vuestros padres quienes os judaizan, cristianizan o mazdeízan, es decir, quienes deforman esa esencia racional pura por medio de la cultura heredada, que contiene numerosos errores. Y dice el Sagrado Corán: Sin duda que hemos creado al hombre de la más perfecta disposición. Luego lo volvimos a lo ínfimo de lo bajo, excepto los que creen y obren bien, ellos tendrán una recompensa inagotable (95:4-6).
Debemos buscar en nosotros mismos lo que realmente creemos correcto, que no dañe ni a uno mismo ni al prójimo, y practicarlo, para verificar su rectitud y persuadirnos. Y en la medida que lo hagamos sinceramente iremos esclareciéndonos y conociendo la verdad, la cual no consiste en una fórmula racional externa que se aprende de otro. Dice el Sagrado Corán: Ya les mostraremos Nuestros signos en los horizontes y en sí mismos, hasta que se persuadan [de la Realidad]. (41:53).
Por otro lado, siempre el hombre tiene una cierta cosmovisión del mundo, pues de lo contrario no podría vivir, o viviría como un simple animal. Pero cuando esa cosmovisión es mezquina, porque es parcial, como en el caso del psicoanálisis, o de la ideología del mundo técnico actual, entonces es falsa. Para nosotros la cosmovisión o ideología de las personas, la doctrina universal que ellos sostienen, debe tener como eje a lo sagrado para ser realmente verdadera. Cuando esto no sucede, y esa cosmovisión se sitúa sobre cualquier otro eje, ello constituye un fracaso para el que la tiene, para el que la recibe de él, y para el mundo donde eso se difunde. Si el eje de la idea general sobre el mundo y la existencia de los pueblos son el de la técnica, o el del progreso material, o inclusive el de la democracia, para nosotros ello constituye una equivocación que lleva al fracaso. Al ser lo sagrado el eje, es posible alcanzar la verdad, y que de ello derive una gran consideración por la democracia, o por la técnica y el progreso material, pero esto ya es otra cosa. Tal es la verdadera ideología que se justifica.
CONCLUSIONES
Psicología y vida espiritual
En el Islam existe una la psicología espiritual que nos permite conocer los estados del alma, y los cambios que en ella se pueden producir a través de determinadas prácticas. Si admitimos que existe en nosotros cierta potencia espiritual que llamamos Soplo o Sea divino, algo extraordinario y no equiparable a ninguna otra potencia o facultad de la persona, podemos vincular tal potencia con lo que en la ciencia espiritual se denomina estados, moradas, categorías, y jerarquías.[7] A este tema le hemos dedicado una parte de esta obra, por lo cual remitimos allí a los interesados (ver Sufismo e `Irfan).
Pero en relación a la psicología espiritual islámica, podríamos agregar que es necesario poner en práctica el Din, es decir un modo de vida armónico basado en principios metafísicos, como precondición necesaria para alcanzar los objetivos de tal psicología. Ante el hombre se muestran dos caminos: uno el recto y otro el del error. Este último consiste en vivir del agregado, lo superfluo, lo vano. El Camino Recto es vivir a la luz de la Fítrah (esencia racional perfecta), en la cual fuimos creados.
En conclusión, la psicología espiritual islámica cuenta como parte esencial suya a la ética islámica, y no se interesa por las patologías. Es una psicología positiva, en el sentido que intenta construir a la persona, no curarla de una enfermedad. En todo caso, se menciona a la enfermedad y a la curación como meras metáforas, no porque a alguien se lo considere alienado a fin de curarlo, pues no nacemos enfermos moralmente, ni psíquicamente. Por el contrario, en la psicología espiritual islámica el alienado no tiene lugar, pues de lo que se trata es de alcanzar la Sabiduría, por medio de las experiencias de la vida del alma.
Como condición elemental, la persona deberá distinguir entre lo real y lo superfluo, siendo esto último su estado de debilidad, de ignorancia, y los vicios inherentes, todo lo cual por lo general es transmitido por la cultura que lo rodea, como vimos dijo el Profeta (BPDyC) sobre el nonato o recién nacido. La vida del alma se basa pues en una purificación, sin la cual no hay perfección, ni felicidad posibles.
Enseña el Sagrado Corán que cuando Allah manifestó la forma metafísica primordial de Adán (P), extrajo de él a las formas esenciales de toda la humanidad, o sea de cada uno de nosotros, como átomos de luz, y cada cual contempló las Luces divinas, en ese mundo metafísico y original. El nos preguntó entonces: ¿Acaso no soy vuestro Señor? Y le respondimos: ¡Por cierto que sí!, y concluye el Sagrado Corán: para que no digáis el Día de la Resurrección: Estábamos desprevenidos acerca de esto (7:172). Por eso el hombre anhela en lo profundo de su ser retornar a aquel punto de beatitud y cercanía a su Señor, aunque en general se haga el olvidado y el distraído...
El auto reconocimiento interior
La vida espiritual se inicia concretamente cuando uno se hace conciente de que su propio ego es su principal enemigo, marcando así una división interior, algo como una crisis benigna, por la cual consideramos a lo inferior en nosotros como ajeno a nuestra naturaleza auténtica. No es que realmente haya tal división, pues el alma es inescindible, pero debemos plantearla de hecho, tomándonos como objetos de nosotros mismos, que es el único modo de alcanzar conciencia de sí, percibirse a sí mismo como una realidad espiritual con sentido en el universo. Y cuanto más se alcance esta conciencia, más cerca se estará del éxito.
Hay diversos medios tradicionales islámicos muy vinculados a la vida del alma, entre ellos la súplica y el Recuerdo (al-Dhikr).[8] Este constituye la vida plena del alma, o como dicen las tradiciones, quien está en recuerdo vive, y quien no recuerda es semejante al muerto.
Un aspecto insoslayable de la vida del alma lo constituyen los sueños. El Sagrado Corán cita al sueño como un ejemplo de la muerte y del más allá (ver Sagrado Corán 39:42), por lo cual constituye algo trascendente y sagrado. Dijo el Profeta (BPDyC), según ya citamos: El sueño veraz es la cuadragésima sexta parte de la Revelación, entendiéndose por sueño veraz a aquel por el cual se percibe algo del mundo sutil o imaginal. Recordemos también que en este tipo de sueño la imaginación o visión interior -que debe diferenciarse de la fantasía que constituye en realidad una degradación de la facultad imaginativa-, al quedar libre de los estímulos del mundo externo que la alimentan constantemente, percibe en forma espontánea las realidades sutiles, con el mismo tipo de percepción con que los Mensajeros y Profetas (P) percibieron realidades superiores, aunque en un grado menor. Una persona puede tener quizás una sola vez en la vida un sueño de este tipo, aún cuando no se encuentre en un camino espiritual, y quedar señalado por esa experiencia para siempre.
Si destacamos al sueño veraz es porque a través suyo es posible recibir advertencias, premoniciones y enseñanzas.[9] Pero lo más importante al respecto no sólo es recibir esos mensajes sino saber interpretarlos. Existe de hecho una ciencia espiritual muy desarrollada que es parte de la sabiduría de los Profetas (P), y que algunos espirituales reciben como don, para bien de la gente. Sin embargo, no todos los sueños son veraces o espirituales, por decir así, sino que existen algunos que no tienen ninguna importancia, y sólo reflejan simples preocupaciones cotidianas, o ensueños sin mayor sentido, y más aún, existen sueños negativos (las pesadillas por ejemplo).
Dada entonces la relevancia de los sueños para la vida del alma, su interpretación es una parte esencial de ella. Dicha interpretación se basa en la tradición sabia y en la intuición espiritual, y nada tiene que ver con las interpretaciones del psicoanálisis, o de los que apuestan al juego, para poner dos ejemplos extremos, los cuales constituyen una degradación del significado de los sueños.
El objetivo máximo de la psicología espiritual islámica es pasar de los estados cambiantes del alma, a lo que en el Islam profundo se denominan las moradas, que constituyen los grados elevados del ser, que el Sagrado Corán llama Jardines paradisíacos bajo los cuales corren los ríos (9:72), en los que no temerán ni se entristecerán (2:112). Normalmente es necesario un esfuerzo muy grande para llegar a este punto, aunque la Generosidad divina hace insignificante cualquier esfuerzo por parte del hombre, por más grande que éste parezca.
BIBLIOGRAFÍA
El camino sufi hacia el desarrollo espiritual, por el Imam Mahmud Husain, Editorial Nur, Bs.As., 1987.
El origen del mal (o el pecado original), por el Imam Mahmud Husain, sin editar.
Algunas precisiones sobre la realidad del alma, por el Imam Mahmud Husain, revista Panorama del Islam, Centro de Altos Estudios Islámicos, Bs.As., 1991.
El significado de los sueños, por el Imam Mahmud Husain, revista Panorama del Islam, Centro de Altos Estudios Islámicos, Bs.As.,1990.
El Yihad Akbar, por el Imam Mahmud Husain, Centro de Altos Estudios Islámicos, Bs.As., 1982.
La vida del alma más allá de la materia (conferencia), Semana de la Cultura Islámica, Centro Cultural Recoleta, Bs.As., 1992.
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Notas
[1] En árabe la palabra «espíritu» se dice ruh, que proviene de la misma raíz de las palabras «viento», «aire», o «soplo», rih. El espíritu se simboliza con el viento porque así como aquél es intangible. Cuando Dios ordena algo a través del "Sea" divino, se manifiesta este como un Soplo, para la concreción de cualquiera de las realidades, pero cuando no lo concebimos en relación a las criaturas, lo pensamos exclusivamente como Sea divino, sin necesidad de la metáfora del Soplo.
[2] Voluntad e inteligencia permiten que el hombre predomine en su mundo, las más de las veces para destruir, desgraciadamente, a la naturaleza, cuando esas facultades humanas se degradan.
[3] No es lo mismo, pues, la imaginación de un Profeta (BPDyC), que la imaginación de una persona común. Y por ejemplo, cuando los Evangelios relatan que Jesús (P) fue bautizado por Juan el Bautista (P) en el río Jordán, y descendió sobre él el Espíritu Santo (P) bajo forma de una paloma, seguramente no todos podrían haber sido testigos de ello. Porque, ¿se trataba de una paloma material?: No por definición, sino de una forma simbólica que se proyectaba en el mundo. Pero esa forma simbólica es mucho más real aún que las palomas que perciben nuestros sentidos, a pesar de que no todos podrían verla. Lo mismo podemos decir del Espíritu Santo o Gabriel, cuando fue contemplado por el Profeta Muhammad (BPDyC), aunque en ciertas ocasiones no sólo fue visto por él solamente, sino por otros a quienes eso beneficiaba.
[4] En el caso del Paraíso, se tratará de una imaginación que capta la belleza y goza, mientras que en lo que llamamos "infierno", la imaginación vivirá el sufrimiento y la angustia, como sucede en una pesadilla.
[5] Por el contrario, cuando concebimos a Adán como el padre biológico de la humanidad, lo vemos como un ser universal, pues nos referimos solamente a su materialidad, no a su espiritualidad. En cuanto pasamos a esta última, necesariamente debemos pensar a cada hombre como particular, singular e impar, incluso a Adán.
[6] Existen, además, otros planos paralelos y distintos al nuestro, unos más elevados, otros inferiores, porque para el Islam la realidad no se reduce a nuestro plano de existencia, sino que ellos son numerosísimos. Pero no se trata tampoco de «extraterrestres», sino de diferentes tipos de seres, cuyos planos de existencia no se pueden confundir o mezclarse entre sí, que existen transitoriamente, y que deben retornar a su forma original en el Conocimiento divino, o mundo de la Manifestación.
[7] En todas las tradiciones espirituales o sagradas existen los mismos términos para describir las mismas realidades, y así se dice "moradas del alma", o "del espíritu", "moradas", "grados", o "jerarquías espirituales".
[8] La súplica constituye la verdadera confesión en el Islam, no a terceros sino al Señor. Y en ese acto mismo de dirigirse a El con sinceridad, uno comienza a conocerse a sí mismo, sus necesidades espirituales y materiales, sus estados, sus posibilidades y capacidades, etc. Por su parte el Recuerdo de Allah (Dhikr) consiste en la invocación o letaníade algún Nombre Divino, sea en voz audible o mentalmente, hasta que ese Recuerdo se establezca en forma constante en el corazón. En un sentido más profundo, el Recuerdo es la rememoración de aquel momento antes de venir a este mundo cuando vimos las Luces del Señor, y testimoniamos Su Realidad, pues ese momento es en verdad eterno, lo que los espirituales del Islam profundo llaman «el eterno presente». Una práctica clave para la vida del alma es el retiro en solitario (al-jaluah), la cual sólo debe realizarse bajo la autorización y guía del maestro espiritual, a ejemplo de los retiros realizados por los Profetas, como Moisés (P), que se retiró al Monte Sinaí para recibir la Revelación de las Tablas de la Ley, o Jesús (P), que se apartó en soledad al desierto, o Muhammad (BPDyC) que hacía lo propio en la caverna del Monte de la Luz. Esta práctica constituye el punto culminante de la vida espiritual, y el lugar donde se reciben las iniciaciones reales y las aperturas.
[9] Por ejemplo, que alguien vea en sus sueños a su ego figurado en un animal, con ciertas características, que al ser interpretadas correctamente arrojan claves sobre su propio ser.
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