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la prioridad del intelecto para alcanzar la verdad

El intelecto y la libertad

El intelecto es el don de la libertad y la dignidad del hombre, que con él alcanza la realización más plena. Si se toma a juego o a burla lo que él nos indica, sin intentar llegar a sus últimas posibilidades reales, entonces se estará degradando la libertad humana, nuestra dignidad y realización como seres creados. Pero el intelecto sólo alcanza su objetivo y se concreta como tal cuando "verifica la verdad" y "nulifica el error y la mentira", como dice el mismo Sagrado Corán según luego veremos, pues cada vez que confirma la verdad se confirma a sí mismo. La verdad es lo único que justifica al intelecto, de lo contrario él no tendría por qué existir, pues no tendría función que cumplir. El ejemplo de esto es como el del aire y la respiración, no tendría sentido que existiese la respiración si no existiera el aire, siendo que éste justifica aquella.

Cuando se cae en la duda, en la incertidumbre o perplejidad, sin seguridad sobre nada, ni nada que afirmar ni sostener, entonces sólo se niega. La negación es necesaria, pero debe ser seguida de la afirmación. Por ejemplo, en la Shaháda, el testimonio de fe islámica, negamos primero, diciendo La Iláha, pero después afirmamos, illa Allah, "excepto (o más que) Allah". Mantenerse en la simple negación no es la función que debe cumplir el intelecto. Esto lo percibe cualquier inteligente, aun el más "ateo", porque él también niega "no hay Divino", pero a continuación necesita afirmar algo como sustento de la realidad: El tiempo, la materia, la energía, la naturaleza, el mundo, el ego, la historia, la ciencia, etc. Empero todo ello no resulta ser finalmente el fundamento de la realidad, porque tal fundamento debe necesariamente ser estable y fijo, no relativo y cambiante, que no desaparezca, ni se corrompa o degrade.

El intelecto exige estabilidad, la lógica humana no cambia, siempre está fundada en los mismos principios. Si a uno le dicen que el todo es mayor que la parte, entiende esto naturalmente, y ello nunca va a cambiar mientras el hombre tenga inteligencia. Si le dicen que lo que contiene no puede ser abarcado por su contenido, que lo simple no es compuesto, que lo positivo es contrario a lo negativo, que es imposible que un cuerpo ocupe dos lugares a un mismo tiempo, que no puede ser verdadera la afirmación y la negación de una misma cosa a un mismo respecto, todo ello el hombre lo entiende naturalmente, porque es constitutivo de su lógica, y ésta no cambia. Ella exige que la verdad sea fija, que haya siempre un mismo fundamento estable.

Además, la continuidad del conocimiento así lo exige. Pensemos que en la antigüedad tenían conocimientos bastante distintos a los nuestros. Debería haber algo fijo y estable sobre la base de lo cual proyectar la continuidad del conocimiento, pues de otro modo ¿cómo podría éste perdurar, cómo podría acrecentarse la ciencia?: La indagación sobre algo que todavía no se conoce impone que las condiciones de las que se parten sean estables, fijas, seguras y ciertas. Si dichas condiciones van variando totalmente, si un día se sostiene: "La parte es mayor que el todo", y al día siguiente: "El todo el mayor que la parte", otra vez: "Se puede afirmar y negar un mismo asunto respecto de una misma cosa", y otra: "No es posible hacer eso", entonces no existe una base segura sobre la cual alcanzar un conocimiento cierto. Esto es como el ejemplo del aire: Si nosotros un día respiramos oxígeno, y al día siguiente anhídrido carbónico, o nitrógeno, o helio, sería imposible la existencia.

Dice el Sagrado Corán: Allah suprime lo falso y verifica la Verdad con Sus Palabras. (42:24). Palabras de Allah son tanto el Mensaje como también los Mensajeros y Profetas (P). Allah verifica la Verdad y nulifica lo falso a través de éstos. La Verdad es el objetivo del intelecto, a la que él debe preservar como tal, y en la que debe realizarse, porque gracias a ella logra su libertad y su dignidad.

También dice: Desean apagar la Luz de Allah con sus bocas [palabras vanas], pero Allah plenifica Su Luz aunque sea detestable a los impíos. Él es quien envió a Su Mensajero [Muhammad] con la Buena guía y la doctrina de la Verdad, para hacerla prevalecer sobre toda otra doctrina, aún cuando sea detestable a los idólatras. (61:8-9). Desean apagar la Luz de Allah, el conocimiento firme, la Verdad real, con sus bocas, con sus palabras vanas, sin fundamento real, afirmando un día algo, y al otro lo contrario, exponiendo una vez una teoría, y al poco tiempo cambiándola. Hoy es abundante este tipo de personas. Dice también: Así es cómo Allah ejemplifica la Verdad y la falsedad: En cuanto a la espuma [la falsedad] se desvanece [inútilmente], empero lo que a la gente beneficia permanece en la tierra. (13:17). Es decir, como enseñanza verdadera, perdurable a través de los siglos, cualesquiera sean los cambios. Por el contrario, la mentira, el error, la falsedad, son vanos como la espuma momentánea, que pronto desaparece.

Los insensatos sólo niegan y se aferran a la negación, como el nihilismo por ejemplo, no creen en la Verdad, no afirman nada real. Para ellos la Verdad es algo relativo, que cambia de acuerdo a las circunstancias, a los estados y a las conveniencias de las personas, o a los cambios de la historia, como el relativismo, por ejemplo. El que por principio no cree en la Verdad, es imposible que crea en ningún portento o hecho extraordinario. La visión espiritual que va más allá de los sentidos capta una realidad más amplia, en la que estamos inmersos, que a veces intuimos y a veces no, que en estado de vigilia e inclusive de sueño normalmente no captamos. Pero ocasionalmente, y siguiendo ciertos métodos, nos es posible captar a veces lo que está oculto.

 

Los sentidos y lo verdadero

Si alguien afirmara: "Lo único verdadero, cierto y seguro, fijo y estable, de lo cual podemos tener conocimiento, es solamente lo que captamos con los sentidos", le responderíamos: "Esto es totalmente erróneo, porque los sentidos engañan". El planeta Plutón se descubrió primero matemáticamente, y después se observó a través de los aparatos, en el lugar que matemáticamente se había calculado. Primero lo descubrió el intelecto, lo vio la imaginación científica, no los sentidos, y luego éstos lograron captarlo. También tenemos algo tan fenomenal que los sentidos captaban falsamente como la retrocesión o retraso de los planetas, que en lugar de seguir su curso normal parecían volver atrás por un trecho, y luego proseguir su camino. Se creía que evolucionaban como el pedal de una bicicleta, que se retrasa para volver a avanzar, lo cual constituyó una falsa observación sobre la combinación de los movimientos de la tierra respecto de esos planetas.

También el conocimiento fruto del intelecto resulta superior a los portentos realizados por los Profetas (P), ello sin quitar la importancia que tuvieron esos milagros para la implantación de las religiones. Por ejemplo, Moisés (P) vino con muchos portentos, igual que Jesús (P). Uno trajo los de la naturaleza, como separar las aguas del Mar Rojo, las codornices y el maná, las plagas de Egipto, hacer manar agua de las rocas, etc., y el otro vino con los de la salud, como curar al ciego de nacimiento, al leproso, y resucitar a los muertos. Hoy es posible rechazar esos portentos como si no hubiesen existido. Los beneficiarios directos fueron sus contemporáneos, testigos presenciales, pero la posteridad, que no presenció los milagros, puede dudar de ellos.

De lo que no se puede dudar es del conocimiento que uno alcanza. Si se estudia el Tauhíd, por ejemplo, será posible plantear dudas acerca de esa materia, hasta llegar a la certidumbre y ya no dudar. Pero no es lo mismo que dudar de un hecho del pasado, dado que del conocimiento somos testigos en forma permanente, no circunstancial, y él perdura por siempre mientras haya humanidad.

Se demuestra así que un fenómeno, como un milagro, es de categoría más baja que el conocimiento o la sabiduría, y que está dirigido a los que no razonan suficientemente, no pudiendo alcanzar por ello la verdad. El Profeta Muhammad (BPDyC) no recurría a ningún portento para justificar su misión, aunque los hizo, pero el Sagrado Corán no los presenta como prueba de veracidad.

Aunque también los fenómenos extraordinarios, como los mencionados antes, pueden servir a los idólatras para rechazar el Mensaje divino, asimilándolos a productos de la magia, de la ilusión. Dice el Sagrado Corán que los idólatras planteaban al Profeta (BPDyC): Y no creeremos en tu hechizo hasta que nos hagas descender un libro que podamos leer (17:93). Sólo requerían fenómenos ilusorios, no milagros que probaran el Poder divino del Profeta (BPDyC): Ver bajar desde cielo un Libro revelado, que ellos lo pudieran leer, entonces creerían. En su mismo pedido hay una contradicción, pues condicionaban su creencia a un hechizo, no a la veracidad del método, siendo la magia el único procedimiento que ellos reconocían para alcanzar la verdad. Pero como para ellos la magia no dejaba de ser ilusoria, no creían en realidad que lo que pedían pudiera ser verdadero y convencerlos, y en consecuencia lo hacían únicamente por contrariar al Profeta (BPDyC) y burlarse de la Revelación. Lejos estaban, entonces, de reconocer un verdadero portento debido al bajo nivel de sus conocimientos y de sus exigencias para admitir la Verdad.

fin

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El mensaje de los sueños