Sobre Ibn Tufail, un filosofo hispano-musulman
Introducción
Se llamó Abu Bákir Muhammad Ibn Abdallah Ibn Abd-al-Málik Ibn Tufáil Al-Qaisi. Nació el 1110 aproximadamente, en Guadix, en la España islámica, y falleció en 1185 en Marrakush. Fue contemporáneo de Ibn Bayya y de Ibn Rushd (Averroes), al que protegió.
Escribió sobre medicina, meteorología y la obra filosófica-psicológica-narrativa, que constituye su más famoso trabajo: Risalah Al-Hayy Ibn Iaqzán (Epístola del viviente hijo del despabilado). Con este nombre se designa en la obra a su protagonista, pero ella lleva además el subtítulo de Los secretos de la Sabiduría oriental (o iluminativa): Asrár al-Hikmatu -l-mashiriqíiah. A dicho libro luego nos referiremos. Averroes (Ibn Rush) fue su discípulo, y también Abu Is-haq Al-Bitruyi Al-Ishbili, natural de Pedroche cerca de Córdoba. Ibn Tufáil fue médico del califa almohade Abu Ia`qúb Iusuf (1163-1184), quien respetó y cultivó la amistad de los filósofos. De allí que Ibn Tufáil protegió a estos.
Su pensamiento se inscribe en el amplio espectro de los filósofos favorables a la mística, pero no alcanza las alturas a las que luego llegará, por ejemplo, Ibn `Arabi, Ibn Tufáil es más filósofo que místico. Participó sin embargo de la ambigüedad entre ambos aspectos de los teósofos o gnósofos, como los designa Cruz Hernández.
La obra
Su libro máximo fue traducido al hebreo por Moisés de Narbona en 1671, y al latín, bajo el nombre de El filósofo autodidacta por Eduardo Pococke. Spinoza lo tradujo al holandés, al inglés Keith, primero, y luego Ockley, al alemán Eichhorn. Hay una versión crítica de la traducción francesa realizada por Gauthier, de 1900. Al ruso la tradujo Kuzmin, y al español Pons Bergues, en 1900, y González Palencia, en 1936.
Influyó sobre la novela de Foe, Robinson Crusoe, en El Criticón de Gracián (esto con ciertas dudas: Es posible que se base en un cuento aragonés sobre Alejandro Magno, titulado Cuento del ídolo y del rey y de su hija).
Al-Hayy Ibn Iaqzán , El viviente hijo del despabilado, es una obra única entre las de la edad media, una clasificación entre otras podría ser la de "ensayo filosófico-psicológico en forma narrativa". Narra el desarrollo del conocimiento humano, desde la ausencia total de conocimiento hasta la adquisición de conocimientos metafísicos o teológicos, y la experiencia de niveles visionarios del ser, más allá de los sentidos.
Ibn Tufáil no rechaza ni el conocimiento racional, ni el conocimiento teológico, revelado o especulativo, ni la vía sufi. Plantea, como Al-Gazali, la posibilidad de la vía mística de conocimiento, aunque lo hace en forma indirecta y sin desarrollar sus últimas consecuencias.
La narración del El viviente hijo del despabilado trata de un niño perdido o abandonado, que es criado por una gacela o antílope, y que sobre la base de su esencia racional (al-fitrah) pasa, a través de los años, de conocer sólo con la captación sensorial y la experiencia vivencial, a la reflexión, a la captación de las ideas superiores, a la elevación en el mundo imaginal puro, y a las experiencias metafísicas supremas, gracias al éxtasis (fuera de los sentidos).
Existen dos versiones en la misma obra de Ibn Tufáil sobre el nacimiento de Hayy (el personaje del relato): Una refiere su nacimiento a la forma habitual, de la hermana de un rey de una de las islas de la India. Su padre se llamaba Iaqzán, con el cual la hermana del rey se habría casado a escondidas, pues este último le prohibía hacerlo con esa persona. Cuando ella dio a luz a Hayy temió la venganza de su hermano, y puso a su bebé en una canasta o cajón, y lo tiró al mar. Este fue llevado por las aguas a una isla solitaria (llamada al-Uaquáq) donde había una gacela buscando a su cría perdida. No bien la gacela escuchó el llanto del niño se acercó y lo adoptó, lo amamantó y protegió. La segunda versión sobre el nacimiento de Hayy narra que fue un nacimiento espontáneo, a partir de la tierra fermentada, en la isla donde se crió. Esta aparición fue extraordinaria, y estuvo bajo la protección divina. Luego de su nacimiento pasó por 7 etapas, al cabo de las cuales se encuentra con otro ser humano llamado, Absál.
La primera etapa va hasta los 7 años, durante la cual aprendió el "lenguaje" de los animales, imitando un número de ellos. Aprende a cubrirse y a utilizar instrumentos, como un asta para defenderse y poder resguardar su alimento. La segunda etapa, es la de la muerte de la gacela, que él desmembró, para saber por qué no se mueve más, comenzando ya a investigar más profundamente en su mundo, a conocer o ser conciente de la actividad de los sentidos, de las partes del cuerpo y sus funciones.
La tercera etapa es la del descubrimiento de cómo utilizar el fuego, y los beneficios del mismo, cómo encenderlo y aprovecharlo. Aquí llega a la conclusión de que existe un espíritu, como el fuego, que mantiene al cuerpo. La cuarta etapa es en la que investiga a todos los cuerpos naturales, obtiene el conocimiento de lo uno y de lo múltiple, en cuanto a los cuerpos y a las almas, de la unidad de sustancia de los cuerpos, y de su pluralidad de formas, la clasificación de los cuerpos en grávidos y sutiles, la observación de las causas de los cambios y de los sucesos. A esta altura Hayy ya tenía 25 años. La quinta etapa comprende su conocimiento del cielo, de los astros, la sucesión y regularidad de sus movimientos, la forma circular de estos, y la composición perpetua del plano celeste.
La sexta etapa es la de sus 35 años, cuando comienza a recapitular todo lo anterior, reflexionando sobre ello. Descubre que el alma es independiente del cuerpo, y que tiene otro destino, y una aspiración a conocer la Causa necesaria o el Principio universal de todo. Concluye que la felicidad del alma está en contemplar ese Principio, y que ella se plenifica en Él y se eterniza. De lo contrario, si el alma no alcanza a Dios o al Principio más universal, se aniquila. Se plantea pues el secreto de la felicidad que le abre el ciclo o etapa siguiente de su periplo.
La séptima y última etapa, es la de la felicidad como el fin más justificado de la vida humana, gracias a la contemplación divina en forma perpetua. En esta condición del alma, ella en realidad ya no es consciente de sí, se anonada. Para alcanzar tal categoría Hayy se impone a sí mismo una norma de vida, a través de tres aspectos: La alimentación frugal de lo estrictamente necesario; segundo, parecerse lo más posible a lo más perfecto, que son los astros celestiales. Así se impuso recorrer su isla como giran los cielos, y girar sobre sí mismo hasta desvanecerse. También se impone estar lo más limpio posible, como los astros que relumbran.
Cuando hubo llegado a todo esto, lo tercero que se impuso fue reflexionar y pensar sólo en el Principio o Causa de todo lo existente, sin atender a otra cosa que a Él, evitando la fantasía y los aportes de los sentidos. Así fue teniendo éxtasis, los cuales eran seguidos de estados mundanos, y dice Ibn Tufáil, "y no cejó sin embargo de anhelar al-faná (anonadamiento) de su ego, y de contemplar sólo al Real, hasta que ello aconteció... contemplando lo que ojo nunca vio, ni oído escuchó, ni imaginó corazón alguno".[1] Allí pensó que él mismo era el Real, y esta superchería casi lo engaña "si no fuera porque Allah con Su Misericordia lo salvó de ello". Así conoció que él en sí mismo era la evidencia o el reflejo, en su medida, del Real.
Y culmina esta etapa con el conocimiento de los reinos de los cielos y de la tierra, como dice el Sagrado Corán.[2] Cuando contempló la tierra la vio su ser simple y puro, exento de materia, y por fin vio su propio sí mismo, envuelto en la perfección y en la belleza, como el resto de las esencias derivadas del Único divino. Y así fue permaneciendo cada vez más tiempo en la contemplación de sí, hasta que pudo acceder a ello cuando quisiera, y permanecer lo que quisiera. Cuando cumplió 50 años se encontró con otro hombre igual a él, llamado Absal.
Conclusión
El intelectualismo de la filosofía de Ibn Tufáil busca la unión del hombre con lo Divino solo a través del conocimiento o intelecto. Influido por Avicena cree superar a Ibn Bayya, su anterior mentor, a quien no conoció personalmente, e ir más allá de Al-Gazali: No son los medios del mundo y la imaginación los que dan acceso a la contemplación del más allá, sino el pensamiento puro, el éxtasis intelectual. Ello no es accesible al vulgo. La religión formal sirve al vulgo, la filosofía a los cultos, pero ambos alcanza idénticas realidades por distintos medios. La verdad del docto coincide así con la verdad del piadoso, que más allá de la religión formal busca el sentido, el significado a través de los símbolos.
Por ello, creemos que no hay en Ibn Tufáil una comprensión profunda de la necesidad de autoridad sagrada y de la prueba en el mundo.
fin
Prohibida su reproducción total o parcial sin citar las fuentes: "Centro de Altos Estudios Islámicos" www.senderoislam.net
[1] Alusión a una tradición de Profeta (BPDyC) sobre la condición de los bienaventurados en el más allá.
[2] Cita el Sagrado Corán que Allah dio a conocer a Abraham "los reinos de los cielos y de la tierra" (6:75).

(Extraído de Internet de: Islam ¿qué desea conocer? 24 Sep 2003)
EL SHAIJ AL-'ALAWI Y LOS MISIONEROS CRISTIANOS
Introducción
Al-Balâg es el nombre de una publicación periódica que fundó un gran maestro sufí de este siglo, el Shaij Sidi Ahmad al-'Alawi (radiallâhu 'anhu) en Mostaganem (Argelia) y que comenzó a editarse en 1926. Resumimos a continuación un extenso artículo publicado el 10/05/1929, en el que un tunecino convertido al metodismo cuenta sus experiencias con los misioneros que pululaban por el Norte de África, como todavía lo hacen hoy, intentando convencer a los 'moros' de lo bueno y provechoso que es ser cristiano. Es especialmente interesante el artículo porque en él se reflejan fragmentos de conversaciones que mantuvo con el Shaij al-'Alawi (radiallâhu 'anhu) y sirve por tanto para conocer sus opiniones respecto al cristianismo así como sus conocimientos sobre la religión de los colonizadores franceses de su país.
1- Me llamo Hásan ibn Muhammad al-Qabâili. Nací y crecí en Túnez, donde realicé mis estudios primarios. Me refugié en Argelia huyendo de disturbios políticos que tuvieron lugar en mi país cuando yo aún era adolescente. A los diecisiete años entré en contacto con una asociación protestante americana conocida por el nombre de Iglesia Metodista. Tenían sedes por todo el Norte de África y buscaban a criaturas desamparadas con la intención de iniciarlas en sus creencias. Mi inmadurez y la melancolía que sentía por estar lejos de los míos me convirtieron en una presa fácil. Me trataron bien y con simpatía, ganándose con afectos mi confianza. La verdad es que supieron enredarme hasta hacer de mí un cristiano fanático.
Cuando se aseguraron de mi fidelidad me enviaron a Inglaterra para que completara allí mi formación cristiana. Fui recibido con todo fasto, se alegraron de tener a un musulmán convertido a su religión porque en verdad eran muy escasos sus éxitos. Decidieron hacer de mí la clave de la predicación del cristianismo por el Norte de África y creían que a mí me resultaría más fácil que a ellos convencer a los 'indígenas', que siempre los miraban con ojos recelosos. Y, efectivamente, me prepararon a fondo. Me enseñaron todo lo que podía saber acerca de la Trinidad y sus demás dogmas, a la vez que encendían en mí y alentaban un rencor visceral hacia el Islam. Me convencieron de que el Islam era el culpable de la decadencia de los pueblos musulmanes y que los europeos estaban en África para alumbrar la inteligencia que el Islam había apagado. Me hicieron creer que sus deseos más ardientes eran los de liberarnos del atraso y la superstición.
Solicité una beca para ir a América y licenciarme como misionero. Y ahí ya sí me enseñaron todos los trucos que había que emplear para disuadir a los musulmanes. Yo estaba tan fascinado ante ese mundo tan teatral que jamás ponía en duda nada de lo que me decían: tal era el poder de convicción que tenían. Llegué a odiar la simple palabra Islam o el nombre de Muhammad (s.a.s.), ¡Allah me lo haya disculpado! La verdad es que aprendía deprisa y llegué a sorprender a mis maestros, pues era capaz de inventar tretas más sutiles que las que me enseñaban. Me hice experto en el arte de la seducción y en el de crear dudas y guiar una conversación al campo que quería.
Me designaron como misionero en Argelia y me dieron un puesto en su organización en la ciudad de Blida. Ahí comencé mi trabajo el dieciséis de abril de 1927. Me arrastraba un enorme entusiasmo que me hacía predicar el Evangelio a todas horas. Me dirigía a las aldeas y hablaba a los beduinos. Asistía a todas las fiestas donde sabía que la hospitalidad obligaba a los anfitriones musulmanes a aceptarme. Acudía a los zocos y esperaba a la gente desde temprano.
¿En qué consistían mis enseñanzas?: básicamente se trataba de resaltar el carácter defectuoso del Islam, demostrar la inhumanidad del Profeta (s.a.s.) y deshacerme en elogios hacia el cristianismo. Les decía: "Mirad a los europeos, fijaos donde han llegado mientras nosotros estamos atrasados en todo. Aprendamos de ellos". En eso se me dijo que tenía que insistir mucho. También mentía diciendo que por todo el mundo los musulmanes se estaban haciendo ya cristianos. Y después les ofrecía copias traducidas al árabe de los Evangelios. Algunas las regalaba y otras las vendía. Muy pocos era a los que convencía, pero yo decía a mis superiores que en esta etapa era suficiente con introducir dudas entre los musulmanes. Había entre nosotros algunos que se habían convertido, pero era evidente que lo hacían movidos por algún interés, por conseguir alguna prebende de la administración francesa, y eso entristecía a mis jefes. Yo les decía que todo eso era un paso previo.
Así iba todo, y los musulmanes ni se atrevían a replicar por temor a indisponerse con los franceses. Así iba hasta que conocí al Shaij al-'Alawi, al que Allah conceda una vida duradera para bien del Islam. Mi bendito encuentro con él tuvo lugar el 28 de octubre de 1928. Yo me encontraba en Argel y un día, en un restaurante, escuché a un grupo hablar del Shaij. Era considerado un maestro, un experto en el Islam, capaz de reunir a mucha gente. Por el dueño del restaurante me enteré que tenía ese mismo día una reunión, pues el Shaij había venido desde Mostaganem para impartir unas lecciones. Creí que era una ocasión magnífica para poder hablar ante un gran auditorio y rebatir a quien gozaba de tanta estima entre los musulmanes: sin duda hubiera sido el mayor éxito de mi carrera.
Cuando llegué esa noche a la mezquita, la encontré rebosante de gente. Me presenté a algunos de los discípulos del Shaij diciéndoles quién era y lo que pretendía. Me sentaron junto al Maestro que, cuando observó mis vestiduras negras, pidió que me trajeran una chilaba blanca. Comenzó entonces la sesión de Dzikr. El ambiente era el de una espiritualidad profunda, y todos, grandes y pequeños, repetían incesantemente el Nombre de Allah, con una fuerza que me erizó la piel. Jamás había tenido una sensación semejante. Nunca la intensidad de unas palabras me habían conmovido tanto hasta enredárseme en las entrañas. Olvidé por completo cuál era mi propósito en aquella reunión, y me di cuenta de que tenía mucho que aprender de un hombre semejante al Shaij, un hombre capaz de comunicar con su sola presencia el sentimiento de inmediatez de Allah. La sesión de Dzikr se alargó hasta bien entrada la noche. Muchos habían realizado un largo viaje para asistir a ella, entre ellos el mismo Maestro, que se despidió de mí citándome para el día siguiente.
Me presenté a la hora que se me había dicho, y encontré en el recinto en que estaba el Sháij muchos círculos de sus alumnos que intercambiaban las enseñanzas que habían recibido de él. De nuevo me sentaron a su lado y él llamó la atención de todos y comenzó un breve discurso. Y contra lo que yo pudiera imaginar empezó a hablar de Jesús en un tono amable. Es cierto que los musulmanes lo aceptan como profeta y reverencian su recuerdo, pero lo que él dijo entonces realzaba de tal modo la figura del Mesías que muy por debajo quedaba lo que los mismos cristianos pudieran decir de él. En un momento me convencí de que el Nazareno le pertenecía a él y a los suyos mucho más que a los que se dicen sus seguidores. Sus palabras destilaban la sinceridad de un amor inmenso hacia Jesús, sin que por otro lado lo considerara un dios. El respeto que sentía hacia su figura, en el fondo, era mucho mayor del que manifiestan los cristianos.
Después, comenzó a hablar del Islam como continuación de lo que Jesús había enseñado. En ningún momento insultó a nadie ni hizo nada por abrir una polémica. En el curso de esos pocos minutos, la verdad es que la mitad de mis convicciones se habían evaporado. Y debería estárseme notando la agitación que sentía, y por eso me preguntó cortando sus palabras: "¿Cómo te encuentras?". Y yo le respondí: "Bien. Pero quisiera que esta reunión no acabara. Sidi, tengo unas terribles dudas, y jamás he encontrado entre los musulmanes quien pudiera responder a mis preguntas". "Ya lo sé. Pero ahora tienes que irte. Ve en paz. Vuelve mañana". Salí de la casa, y por el camino de vuelta en mi interior se iba cociendo la duda que empezaba a sentir sobre mis creencias. En lugar de permitir entonces un diálogo, el Shaij sabía lo que yo necesitaba entonces, que era poner un poco en orden mi pensamiento. Me di cuenta de que él no hacía lo que yo: aprovechar el descuido o la perplejidad de mi oponente para bombardearlo con un discurso preparado antes.
Lo visité tres días consecutivos. Oía sus palabras y no podía responder a sus argumentos. Casi sin darme cuenta, al tercer día puse mi mano en la suya y pronuncié la Shahâda. Cuando proclamé mi vuelta al Islam, el grupo de los que estaban ahí reunidos repitieron conmigo la fórmula del Islam y me felicitaron de uno en uno.
Ahora, quisiera recordar algunas de las palabras que hubo entre nosotros. Por desgracia, el papel no puede dar fe de del tono en que esas conversaciones tuvieron lugar. Baste decir que el Shaij tiene una forma de hablar suficiente que convence en todo momento de su sinceridad. Eso es algo que yo jamás encontré entre las mayores autoridades de la secta en la que había caído. Se te muestran simpáticos, pero no sinceros.
Un día le pregunté por el pecado original. Le dije que en el Corán se recoge la misma historia que aparece en la Biblia. Ese pecado, según los cristianos, es heredado por los hijos de sus padres, y es necesario el advenimiento de un Salvador. El me preguntó: "¿Dónde dice el Corán, que la humanidad fuera condenada, por el acto de Adán?". Y yo le respondí: "En el Corán Allah dijo a Adán y a su compañera: Descended del Jardín, seréis unos enemigos de otros. Es decir, condenó a la humanidad por lo que hicieron sus padres". Y él me respondió: "Haces muy mal en utilizar el Corán contra los musulmanes porque ellos lo conocen mejor que tú. El Corán enseña que Allah le mostró a Adán el camino de vuelta hacia Él, es decir, Allah disculpó su falta. ¿Que sentido tiene que participen en el pecado y no en la disculpa? Que el descenso a la tierra sea un castigo, lo dices tú, no los musulmanes. Adán era un profeta, el primero de ellos, y como tal era maestro para la humanidad. Lo que ocurrió lo entendemos los musulmanes como una lección. Adán abrió la puerta del camino de vuelta a Allah, y no lo contrario. Adán, sea bendecido y saludado con la paz, no fue una trampa que Allah nos tendiera, sino misericordia para nosotros, y nos mostró el camino que conduce hacia Allah".
Y después dijo: "Has dicho que Jesús es el Salvador, ¿qué significa eso?". Respondí: "Quiere decir que desde el pecado original, todos los hombres están expuestos a Satanás, quien hace con ellos lo que quiere. No pueden librarse jamás de sus tentaciones. Para salir de ellas necesitan quien los rescate. Quienes creen en el Mesías, es decir, quienes lo aceptan por dios e hijo de dios, y hasta las ultimas doctrinas que enseña la iglesia, son salvados por él de la condena eterna". Y él comentó: "En cuanto a que algo obligue a Allah a perdonar o condenar es algo que los musulmanes consideran impensable. Nos parecen descorteses esas palabras con las que se quiere obligarle a cumplir nuestras ilusiones. No. Además, que el cristianismo libere al hombre del pecado, no hay más que mirar hacia Europa, que es cristiana de arriba a abajo, y es donde se cometen más crímenes contra el bien. ¿De que ha liberado el cristianismo a Europa como para que nos parezca deseable lo que ha ofrecido a sus seguidores? Lo que yo creo, hermano, es que Allah guía a los que le temen, aquellos que se vuelven hacia Él de verdad, sin necesidad de esas complicaciones acerca de ningún salvador".
Otro día me dijo: "¿Por qué creen los cristianos que Jesús sea el hijo de dios?". Yo le dije: "Porque nació sin padre, como también dice el Corán. E hizo prodigios de los que nadie es capaz, lo cual también aceptan los musulmanes. Por último, muchos pasajes de los evangelios dicen claramente que él es hijo de dios". Y me preguntó a continuación: "Los cristianos creen en todo lo que dice la Biblia?". Y yo dije: "Sí, y en especial los protestantes". Y comentó entonces: "Pues deben creer que son muchos más los dioses porque, según la Biblia, todos somos hijos de un mismo dios. ¿Por qué no dicen lo mismo de Moisés y otros enviados que pronunciaron, según la Biblia, palabras próximas a las de Jesús? Y si las interpretan metafóricamente en esos casos, ¿por qué no hacen lo mismo con el que dicen que es su único hijo?". A continuación cito de memoria muchos pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento en los que se emplean con demasiada ligereza el nombre de dios e hijo de dios. Y después dijo: "Si para los cristianos es signo de divinidad nacer sin padre, Adán debe ser un dios mayor por que nació sin padre ni madre. O al menos debe ser un dios parecido a Jesús, sean ambos profetas bendecidos y saludados con la paz. Pero yo creo que los cristianos carecen de todo fundamento". Yo intenté sostener el último argumento que era el de la resurrección de los muertos, y él me contestó: "Si Jesús resucitó a los muertos todo ello no sería más que un signo de su carácter de profeta asistido por Allah. Si resucitar a un muerto demostrara que se es un dios, Moisés habría sido un dios superior porque dio vida a un bastón convirtiéndolo en serpiente. Si hubieras puesto al muerto que resucitó al lado de la serpiente de Moisés, seguro que hubiera salido corriendo de ella. De ello se deduciría que Moisés sería un dios mayor. Allah nos preserve a los musulmanes de afirmar tonterías semejantes".
En otra ocasión le dije: "Si se compararan los milagros realizados por Sidna Muhammad, cosa que los cristianos no aceptamos, junto a los que hizo Jesús, que los musulmanes si aceptáis, es evidente que los milagros de este fueron mayores". Y él me respondió: "Hijo mío, los milagros hablan sobre la gente para la que son realizados y no de los profetas, que son sólo instrumentos. Muhammad (s.a.s) no necesitó prodigios para llegar al corazón de su pueblo, pero los judíos eran gente de pecho duro. A Sidna Muhammad (s.a.s) le bastó la palabra para construir una nación, Jesús tenía que ganarse la confianza de los judíos recelosos a base de portentos que acallaran sus continuas dudas. Y sin embargo mira el arraigo del Islam. Tú eres testigo de los inmensos capitales que los estados cristianos invierten en el intento de convertirnos al cristianismo, y no lo logran. Unas palabras, las del Corán, han asentado en nosotros sus certezas, mientras que los cristianos son los primeros en abandonar su propia religión, a pesar de todos los milagros".
Allah bendiga al Shajj. Si yo fuera capaz de recordar todas sus palabras escribiría un magnifico libro que sería de gran utilidad para los musulmanes, en especial en estos tiempos en los que se orquesta toda una campaña contra ellos. Allah preserve nuestro Îmân y nos haga seguros y fuertes en el Islam y nos conduzca por la senda de la excelencia, y nos haga a todos morir definitivamente con las palabras de la Shahada en los labios: la Iláha illa Allah, Muhammad Rasûlullâh... In sha Allah.
2- Sin embargo el tono del Shajj no era siempre tan amable. Poco después, en el periódico al-Balag, apareció un nuevo articulo en el que esa vez se trataba de las confesiones de un argelino, Mbarak ben Slimán, de Constantina, que se había convertido a la misma secta metodista. Tras largas conversaciones en las que el Shajj desmontaba las afirmaciones del misionero, acabó con la siguiente pregunta: "Explícame qué es eso de la Trinidad". El cristiano, tras varios intentos fallidos de explicación, acabó diciendo: "Para nosotros es un misterio en el que debemos que creer".
El Shaij replicó diciéndole "Si la razón no es capaz de comprender vuestras doctrinas, ¿por qué no se las proponéis mejor a los tontos y a los locos? Sólo ellos podrán aceptaros. En cuanto a los que disponemos de razón, debemos someterlo todo a ella, sino, ¿para qué la tenemos?, ¿para qué nos ha sido dada? Allah nos ha dado juicio para emplearlo, y no para admitir las cosas a ciegas".
Después, el Shaij se volvió hacia el grupo que estaba reunido con ellos, y dijo: "¿Sabéis a lo que los cristianos llaman Trinidad?, pues dicen que el ser humano, al que Allah ha dotado de cordura, debe creer que uno, al que llaman el Padre y que está sentado sobre su trono en el cielo, es dios; y que el Mesías es su hijo, y que él también es un dios completo con todos los atributos de la divinidad, a la vez que no deja de ser hombre, con todos los atributos propios de los hombres. Y a este hijo de dios lo crucificaron en la tierra en tiempos de Pilatos, y murió, fue enterrado, y resucitó al tercer día. Ahora está sentado a la diestra de su padre en el cielo. Pero además, el ser humano, al que Allah ha dotado de juicio y entendimiento, debe creer que hay un tercero, el Espíritu Santo, que también es un dios completo, del que no saben a ciencia cierta dónde está. Pues bien, estos tres juntos a su vez son un mismo dios completo, compartiendo la misma naturaleza".
Dirigiéndose al misionero, le dijo: "¿No es, más o menos, así?". Y continuó diciendo: "Si dijerais que el padre es una parte de dios, el hijo otra, y el espíritu otra, algún sentido tendrían vuestras palabras para alguien carente de mucho discernimiento. Pero eso de tres en uno y uno en tres, no es algo que tenga mucha lógica".
Finalmente, el Shaij Sidi Ahmad al -´Alawi (radiallahu ´anhu) le puso las cosas claras al misionero: "¿Sabes realmente lo que estás haciendo? Vas a las mezquitas donde encuentras a gente que se limpia antes de entrar, que se lavan con cuidado antes de presentarse ante su Señor, y tú les dices que todo eso no es necesario, que tu dios no aprecia esas cosas, que le da igual que recen sucios y apestando a orines. Te encuentras ahí con ancianos venerables, que toda su vida han estado buscando al Uno-Verdadero, y tú les dices que uno es tres y que tres es uno, que uno de ellos es el padre, el otro un crucificado y el otro no se sabe donde está. ¿Qué les aclaras con ello? ¿Qué bien les estás haciendo?".
fin
Prohibida su reproducción total o parcial sin citar las fuentes: "Centro de Altos Estudios Islámicos" www.senderoislam.net
En Sección Articulos
Correspondencias entre "atención" y "visión", "obediencia" y "corazón", "oír" y "escuchar" en el Sagrado Corán