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Sobre la idea de justicia en el islam

La idea de justicia se entronca en el Islam con el concepto de "corrupción en la Tierra". Este concepto tiene como condición que el factor de corrupción se difunda públicamente; de lo contrario, si se tratara de corrupción personal, que no afecta más que al que lo hace en privado, no le es aplicable ninguna penalidad. La corrupción, para ser considerada de la forma descripta, debe atacar los principios de la Fe islámica, o querer eliminar sus prácticas, o modificarlas a fin de neutralizar su influencia, cambiando el modo de vida islámico para que sea posible un modo de vida corrupto. Tales cambios en los principios y prácticas islámicas son considerados innovaciones contrarias a la verdad. Por el contrario, si lo que se quiere es una renovación que ponga a dichos principios y prácticas de acuerdo con los tiempos, la variación no los afectará en sí mismos sino en su presentación o exposición; sobre todo a los principios, porque las prácticas del Islam (devocionales, higiénicas, alimentarías, éticas, etc.) no requieren de ninguna modificación, sólo de interpretarlas de acuerdo con las nuevas circunstancias.

Existen en el Islam, en definitiva, dos esferas que juzgan la conducta de los individuos: el Juicio divino (en este mundo, en la tumba y en el más allá), y la instancia judicial humana, sobre la base de la Sahrí'ah o Ley Islámica. Mientras un individuo no afecte a otro difundiendo la corrupción (el asesinato, el robo, el ateísmo, las conductas sexuales extraviadas, el alcoholismo y la drogadicción, etc.), la instancia humana no interviene, y el juicio se remite a Dios. Esto se debe a que las leyes penales sirven a la sociedad, no a Dios. La comunidad islámica se defiende mediante esas leyes, como el cuerpo se defiende gracias a sus mecanismos propios para tal fin. Más allá de este mundo, los delitos deben ser nuevamente juzgados por Allah, exaltado sea, y el castigo de la ley penal podrá quizás servir sólo de atenuante. El juicio divino es absolutamente justo, pero también en él está la Misericordia por la cual perdonará a quien El quiera.

Lo notable de las leyes penales islámicas es que no pueden modificarse ni derogarse por voluntad humana. Así como el hombre no la creó, porque en el Islam en ese campo sólo a Allah pertenece el poder legislativo, tampoco puede tocarlas.

Otro par de conceptos muy importantes son los de la desesperación del oprimido, y el de la seguridad del opresor. El oprimido puede llegar a abandonar su confianza en la Justicia y en la Equidad divinas, y llegar al extremo de negar a la Divinidad; por su lado, el opresor puede creerse dueño del mundo y de los hombres, de la vida y de la muerte.

El remedio de esto es que el oprimido se persuada de que sufre una prueba de la que no está exento el opresor, que es el que más se perjudica en ella. Por eso el Profeta (BPDyC) expresó: "Auxilia a tu hermano, oprimido u opresor"; y cuando le preguntaron cómo era posible que recomendara ayudar al opresor, contestó que se le debía impedir que oprima. Por el contrario, ayudar a que oprima está prohibido en el Islam.

La opresión crea la ilusión de que hay dos poderes: el Poder divino que es justo, y el poder tiránico que el oprimido sufre. Pero el poder tiránico es ficticio. La ficción consiste en que el poder tiránico apela a la violencia a fin de sostenerse, y esta violencia crea las condiciones contrarias a las que dicho poder pretende para perpetuar su dominio. Por ejemplo, el opresor se encuentra cada vez más aislado, y depende cada vez más de sus esbirros, que en rigor de verdad no le son leales. Además, el opresor es la persona más infeliz de la tierra, y ello lo conduce al desequilibrio emocional y a errores cada vez más graves, hasta que él mismo socava su poder.

En definitiva, todo poder que no se asiente sobre la persuasión y la justicia, es ficticio.

Para el Islam, todo el Poder pertenece a Allah, exaltado sea, y el mismo opresor aprovecha también de tal Poder, pero cambiándole su sentido verdadero. Entonces se produce una dialéctica entre el poder opresor y la desesperación del oprimido, en el sentido que éste último contribuye, con su convencimiento sobre su debilidad, a fortalecer el poder tiránico. El tirano es en realidad cobarde, porque no puede apelar a la persuasión en lugar de a la violencia, y pretende mediante ésta última imponer sus razones. Su cobardía consiste en rehusar exponerse él mismo a la verdad y renunciar así a sus maldades.

Hay otros aliados del poder opresor que contribuyen a que el oprimido sufra más. Tales aliados son los que crean la apariencia de falsas soluciones, como por ejemplo con su apelación al nacionalismo, a la democracia y a otros recursos, burdos o sutiles, que justifican el mantenimiento de la opresión y son productos del mismo sistema.

La opresión es esencialmente opresión espiritual, afecta al conocimiento, proyecta un falso paradigma del hombre y la sociedad, y engaña al ser humano sobre la finalidad real de la existencia y sobre su verdadera felicidad.

Tal sistema no puede justificarse nunca por la búsqueda de un ideal de justicia, porque sus propios actos niegan a ésta a cada momento. La opresión existe porque las condiciones del mundo son contradictorias con el establecimiento de la justicia, y en ello basa también su discurso. Por ejemplo, todo tirano apela primeramente al cambio y a la reforma de la sociedad, y hasta a la eliminación de la injusticia y la tiranía. Así es como se crea una ficción de vida social, que no se basa en ninguna verdad, sino en la opinión transitoria de sus exponentes.

En definitiva, la opresión nace de la ignorancia, en primer lugar, del tirano con respecto a sí mismo, respecto de su ser interior; y también la ignorancia de sí que tienen sus secuaces. Es por eso que ejercen la violencia: porque no pueden recurrir a la persuasión, la cual nace del autorreconocimiento de que el hombre es portador de realidades intelectuales y morales, y no un simple objeto aplicable a los fines del tirano.

La opresión necesita, por una parte, de aliados, que por lo general son los que el Islam estigmatiza como "los aliados del poder faraónico", a saber, la religión oficial o institucional (hoy en día también el poder ideológico de la propaganda y los medios de información), segundo el poder económico que aprovecha de la tiranía, y por último el poder de las armas aliado a ella. Esto no significa que toda religión o ideología sea opresora, todo sistema económico lo sea, o todo poder armado esté al servicio de la opresión. Sólo nos referimos al poder faraónico, modelo islámico del gobierno opresor, pero desgraciadamente el más común y corriente de los gobiernos en el mundo.

Por otra parte, el tirano se presenta como modelo a imitar. Esto significa que suplanta en el conocimiento de la gente en general al verdadero modelo, el del hombre justo, pues la perpetuación del poder opresor exige que su ejemplo se difunda. El tirano crea el "reino del más fuerte", donde la única relación admitida es la de la violencia, no la de los derechos. Este sistema que predomina en el mundo de hoy tiene diferentes grados de concreción y distintos modos de sutilidad. El sistema se completa cuando la gente acepta pasivamente las convenciones creadas por el régimen y practica el modo de vida impuesto.

fin.

 

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