la falsa historia oficial del sionismo
La nueva historia que cuenta una guerra sin fin
Nota publicada en el Diario Clarín (Argentina) con fecha 01-02-04
Ian Pappe es el impulsor de la Nueva Historia de Israel, una corriente revisionista muy polémica- que ha empezado a hurgar en los mitos fundacionales del estado de Israel para desbrozar, sostiene, "verdades y mentiras de esa historia oficial", que hoy impera.
Pappe tenía, de chico, amigos palestinos ("algo inusual hoy", aclara el historiador en la entrevista que ofreció al diario catalán La Vanguardia). De adolescente, en cambio, participó como soldado en la guerra de 1973, en la que Israel arrebató a Siria las Alturas del Golán. Pero el gran sacudón de su vida lo sufrió a los 26 años, cuando viajó a Oxford a estudiar y descubrió que hasta entonces había vivido una gigantesca mentira (sostenida con engaños por sus padres y maestros, por los libros y por los diarios) acerca del origen del Estado de Israel.
"Los archivos que consulté y los documentos que yo mismo leí demostraban que los palestinos fueron expulsados por los israelíes con terror, amenazas y violencia", dijo Pappe, luego de aclarar que en Israel todos creen en otra versión: "allí se sigue insistiendo en que los palestinos se fueron por propia voluntad ¡¡a pesar de que los israelíes les pedimos que se quedaran!!", agregó el historiador.
Nacido en Haifa hace 49 años, hijo de judíos europeos, Pappe paga un alto precio por su independencia de pensamiento: lo acosan el ostracismo oficial y la amenaza.
Pero su constancia y su ideal de buscar y encontrar la verdad en la que algún día se basarán una convivencia pacífica entre israelíes y palestinos también ha convocado a muchos. Hoy un importante grupo de personas de ambas comunidades lo acompaña en el proyecto del historiador de crear una Universidad Árabe Israelí en Galilea. "Ojala el lobby pro israelí estadounidense invierta dinero en esa universidad y menos en F-18 y, en el programa nuclear israelí", comentó Pape a La Vanguardia
El historiador es duro con la versión oficial israelí
"Israel aplicó la limpieza étnica a los palestinos".
En mi investigación de Oxford descubrí que hubo un plan sistemático: había más de un millón de palestinos e Israel echó 850.000. El terrorismo israelí incendiaba y mataba. Hubo masacres terribles."
Pappe admite que hoy se ha llegado a un punto ciego.
"¿Qué puede hacer el ejército israelí? ¿Aniquilarlos a todos?".
Y se responde: "No hay solución militar para la seguridad en Israel porque la seguridad no depende de muros, fronteras o alambradas. La seguridad es una sensación íntima: está en cada uno y nace de la justicia. Y sin seguridad no hay negocios ni prosperidad ni futuro."
Y los palestinos, se pregunta el historiador, que es además excelente traductor de árabe y director del Instituto Árabe judío en Israel, "¿qué tienen? No tienen nada más que sus propias vidas para inmolarse.
Pero sólo con eso han acabado con la sensación de seguridad en Israel y con cualquier esperanza de futuro en la región. El Muro de Sharon es el último absurdo: además de problemas morales, no hay dinero para construirlo."
Fin
Un muro de Berlín en Cisjordania
Para edificarlo, Israel despoja de más tierras a los palestinos y los encierra en sus poblados
Luís Luque Álvarez (Centro América)
Vítores, botellas descorchadas, personas que suben sobre el muro y hacen ondear banderas alemanas. Es el 9 de noviembre de 1989, y un mundo que asiste anonadado a la retirada del socialismo europeo, celebra a todo tambor el desmantelamiento del muro de Berlín, quizá el signo más ilustrativo de una época de desencuentros y conflictos.
Sin embargo, a poco más de una década, una nueva barrera suscita el silencio general. Fraguada en el seno del gabinete de Ariel Sharon, la idea va dejando de serlo para cobrar forma en la construcción de un muro que encerrará a los palestinos en sus ya cercenados territorios de Cisjordania.
Cientos de kilómetros de alambradas, fosos, vallados de concreto y fusiles que acechan desde puestos militares —incrustados ellos mismos en una tierra ajena y dolorida—, amenazan con el despojo permanente a la población Palestina de la ribera occidental del Jordán.
En el fatal juego, Tel Aviv solo ha mostrado una carta: la necesidad de mayor seguridad contra los ataques suicidas en Israel, aunque sus apetencias, que sepultan bajo los cimientos del muro la posibilidad de alcanzar la paz y la justicia largamente esperadas por los palestinos, le impiden ver que únicamente en las negociaciones descansa la tranquilidad de sus propios gobernados.
¿Muralla = seguridad?
La localidad árabe israelí de Kafr Salem, colindante con el norte de Cisjordania, fue el punto de partida de un primer tramo del "muro del odio" —como han dado en llamarle los palestinos—, comenzado el 16 de junio de 2002.
El proyecto, cuyo costo se estima en unos 250 millones de dólares, cubrirá primeramente unos 110 kilómetros hasta la localidad árabe de Kfar Kassem, veinte kilómetros al este de Tel Aviv, y se extenderá hasta completar los 350 kilómetros a lo largo de la denominada "línea verde" que separa a Israel de Cisjordania.
No obstante, en el tramo inicial, los halcones han "equivocado" en algunos puntos la ruta de la cerca y la han introducido hasta cinco u ocho mil metros en áreas palestinas, para rodear unos 11 enclaves ilegales de colonos, ubicados en las regiones más próximas a Israel, aun cuando ello significa despojar de más tierras de cultivo a los agricultores árabes y encerrar en territorio israelí a unos 10 000 palestinos.
Igualmente, la anexión de Jerusalén Oriental, arrebatada a los árabes durante la Guerra de los Seis Días de 1967, quedará santificada con la misma fuerza de la muralla, que, no sin antes incluir dos grandes bloques de colonias cercanos, la separará radicalmente de Cisjordania y apuntalará su impuesto status de "capital eterna e indivisible de Israel".
Mas no solo cae en desgracia la Ciudad Santa, en cuyo corazón se levanta otro muro para segregar a los sectores árabes, sino que de ejecutarse al pie de la letra el trazado propuesto, varias localidades palestinas, incluyendo la ciudad de Qalqilia, estarán definitivamente aisladas tanto de Cisjordania como del Estado judío.
Por lo pronto, el "inexpugnable" vallado representará un problema adicional para los empobrecidos bolsillos de los ciudadanos palestinos, miles de los cuales cruzan durante la noche el actual límite fronterizo para trabajar en Israel, lo que no podrán hacer en lo sucesivo sin un riesgo aún mayor para sus vidas.
Al final, como digno resultado de la tradicional rapacidad sionista, una inmensa y compleja división de alambradas de cuchillas, fosos de tres metros de profundidad, paredes de hormigón armado, detectores electrónicos, torres de control cada 300 metros, cámaras de video y rutas para el constante patrullaje militar, garantizarán que 39 asentamientos de colonos judíos y entre el siete y el diez por ciento de Cisjordania, queden bajo jurisdicción israelí.
Pero en esas tierras, mal que les pese a los halcones, quedarán atrapados unos 290 000 residentes palestinos, precisamente aquellos a los que desean separar del "pueblo elegido". Algunos observadores pronostican que Tel Aviv los forzará a emigrar poco a poco. ¿O será que levantarán más muros dentro de los muros...?
Apartheid del siglo XXI
"Los blancos en Tel Aviv y los negros en Cisjordania", ironizó el coronel palestino Mohammed Dahlán en referencia al vallado y en no desacertada alusión a la "eficaz" experiencia del defenestrado régimen segregacionista de Sudáfrica, antiguo camarada de violencias del sionismo.
Como él, diversas figuras del mundo árabe e Israel han manifestado su desacuerdo con el amurallamiento del Estado judío, si bien no siempre por razones de igual signo.
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, no ha tenido reparos en comparar el muro con su otrora similar de la capital alemana —tal como hiciera el secretario general de la Liga Árabe, Amr Musa— y ha advertido que desembocará en una exclusiva "judeización" de la Ciudad Santa, patrimonio espiritual de las tres grandes religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islamismo.
En igual sentido se ha pronunciado el jefe del equipo negociador palestino, Saeb Erekat, quien ha condenado la que denomina "cantonalización" forzosa de Cisjordania y el inicio de "un nuevo sistema de apartheid" —comparativamente más cruel que el de Sudáfrica en décadas pasadas— del que advirtió "agregará más leña al fuego" del diferendo árabe-israelí.
Paradójicamente, también los ultraderechistas judíos ven un peligro en el muro: que este constituya la demarcación definitiva de los límites del Estado israelí. Ya al inicio de las obras tuvieron ocasión de protestar contra el entonces ministro de Defensa Benjamín Ben Eliécer por el coto que suponía la muralla para su voracidad.
"Encerrémoslos a ellos" fue la propuesta de Efi Eitam, a la sazón ministro de Infraestructura y líder del Partido Nacional Religioso, fiel abanderado parlamentario de los colonos judíos. Convencido de que la muralla "enjaularía" a Israel, el otrora ministro ultra conservador propuso en cambio erigir cercados en torno a las localidades palestinas.
Otra voz contraria, aunque de distinto corte, es la de los movimientos pacifistas israelíes, quienes han calificado la promesa de mayor seguridad como "una gran mentira" y han insistido en que son la ocupación y la represión en los territorios palestinos las causas de que en las calles de Israel cunda un temor constante a los indefectiblemente imparables atentados suicidas.
"Para los palestinos —asegura el grupo Gush Shalom— se está construyendo una cárcel, y los judíos se encuentran de nuevo en un ghetto".
Más no todo queda en denuncias. Así, cientos de palestinos se dirigen en número cada vez mayor a las canteras israelíes, con el apoyo de pacifistas de diversos países, para obstaculizar las labores de construcción de la muralla y en defensa de las tierras que confisca Tel Aviv al paso de esta.
En vísperas de Año Nuevo, la aldea de Jayyus, cercana a la ciudad de Qalqilia, fue testigo del empuje de manifestantes árabes, europeos y norteamericanos, que con el solo argumento de sus cuerpos frenaron la labor de las excavadoras y enfrentaron la ira de los guardianes privados de la cantera.
Por si fuera poco, mientras el gabinete de Sharon intenta convencer a tirios y troyanos de que en manera alguna la división implicará una frontera definitiva para Israel y que algún día, de alcanzarse la paz, esta pudiera desaparecer, nuevas cercas amenazan con morder el suelo de Cisjordania.
Según un reporte de EFE del pasado 17 de enero, el ejército israelí ha comenzado un proyecto —estimado en unos 200 millones de dólares— para fortificar aún más los ilegales asentamientos de colonos judíos en la ribera occidental del Jordán.
Se trata ahora de una verja electrónica que rodeará cada enclave y que, en total, se extenderá unos mil kilómetros, con la consiguiente expropiación de más tierras palestinas.
Pero ello, Sharon al mando, ya no asombra. Y desde la tumba en que lo sepultó la Historia, el apartheid tuerce de envidia sus ojos al premier.
fin
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Desagravio a María y Jesús (P)